En el ameno huerto deseado

Desierto

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

Retírate en estos días de cuaresma a un lugar tranquilo y aléjate de tu ambiente. A solas con tu soledad. En el silencio prolongado encontrarás a Dios. También yo te acompañaré, a través de la distancia, todas las semanas. Y permaneceremos unidos en el Señor.

Desierto llaman a este quehacer los escritores de temas del espíritu. Jesús estuvo durante cuarenta días en soledad y ayuno para preparar su Buena Nueva. Haz tu algo semejante y serás mejor apóstol suyo.

Bueno sería dejarse empapar del todo por el Señor durante cuatro o cinco días. Mas con frecuencia habremos de reducir esas jornadas a solo unas horas. ¡No importa! Repite, eso sí, esta experiencia siempre que te sea dado: todas las semanas o al menos una vez al mes. Y en cuaresma haz tu desierto más prolongado. El gran Amigo te aguarda en el campo o en el monte, "lejos del mundanal ruido".

Una vez en el desierto, comienzas por caminar a tu paso; según tu costumbre cuando marchas sin ninguna prisa. Tomas en tus manos el rosario y desgranas las avemarías de los quince misterios como flores a la Madre del Amor Hermoso, unidas en ramillete en medio del verdor de la naturaleza o del paisaje de terreno erosionado.

Has llegado a la cumbre de la montaña. El panorama entero, alfombra gigantesca de la creación, se extiende a tus pies. Y tú elevas el espíritu a las alturas y permaneces quieto, adorando a tu Dios que hizo el cielo y la tierra. Todo el tiempo permanecerás en contacto con el Señor. Si a tu imaginación llega el recuerdo de familiares y amigos, de trabajos y alegrías, de penas y preocupaciones, lo encomiendas al Padre en ferviente oración. Si tomas de tu mochila el Libro Sagrado, detienes la andadura y recitas unos salmos o rumias en el silencio de la naturaleza tus frases más queridas del Evangelio.

Las horas dedicadas al desierto siempre resultan breves y fecundas. Puedes estar seguro.

Regocíjate unas veces en las riquezas de tu Señor. Duélete y llora, confiado, tus pecados. Proyecta con paz tu obra apostólica de la semana. Y deja todo en el regazo de "quien da el incremento".

San Ignacio, en el desierto de su convalecencia, transformó del todo su corazón. Allí su alma fue de tal manera iluminada que parecía otro hombre y con otro entendimiento. También tú recibirás en la soledad la luz de Dios.