En el ameno huerto deseado

Consuelo para darse

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística                  

     

A la orilla del río contemplabas en silencio el camino de las aguas mansas. Tu alma permanecía en la calma serena del atardecer. Hubieras deseado que el tiempo se detuviera. Atrapar en eternidad aquellos momentos de cielo.

Pero la vida fluye como el río: inquieta y saltarina en la juventud, mansa en el silencio de la madurez.

Siempre has buscado el bienestar y la dicha; el consuelo interior; el bálsamo para tus heridas; el aceite para los goznes de tu existencia.V ¡Apacible discurre el río por cauces de arena y algas! ¡Qué dulce el gozo del espíritu, cuando el Padre acaricia al hijo y le alienta a caminar! Pero no dura mucho el empuje plácido hacia las alturas. ¿Qué mérito ofreceremos al Padre cuando a El lleguemos, si todo ha sido paseo diurno, con la tibieza del sol, el viento apacible y la presencia del Gran Amigo?

Tomarás fuerza del consuelo para el momento de la desgana, para las rampas últimas de la ascensión. La vida es un regalo de Dios y vale la pena consumirla para Él.

No desees permanecer siempre en júbilo del espíritu. Las aguas tranquilas de tu contemplación pasaron junto a ti en espejo de bonanza. Y más tarde fueron precipitadas desde la altura para mover e iluminar los faros de la ciudad.

Tú serás fuerza tras el remanso. Que Dios te trajo a este mundo no para disfrutar de un cielo anticipado, sino para alentar en la fe a tus hermanos; para ser luz y calor en la acogida; aliento del caminante solitario.

El Señor acarició tu alma; pero no por pueril deseo de distraerla en un recreo, sino para animarla en el servicio del gran Padre, y en la ayuda a todos los hijos de Dios.