En el ameno huerto deseado

Amistad

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística                  

     

Toda mi vida había soñado con una gran amistad. Parecía el colmo de mis aspiraciones; cono el de la mayoría de los mortales. Amigos en quienes desahogar las ansias del corazón, las preocupaciones de la vida, la inquietud de la propia interioridad; los ideales de entrega a Dios y al prójimo.

Amigos de quienes recibir esas mismas confidencias; de quienes escuchar sus cuitas y roces de la convivencia diaria; amigos con quienes aunar fuerzas para la entrega generosa, y planificar, después de la oración conjunta, la táctica concreta del apostolado.

El sueño se ha plasmado con el tiempo en mutua realidad. Hubo que limar asperezas, perdonar descuidos o pequeños egoísmos; afinar en la oración conjunta, y compartir así lo mejor de nuestras vidas.

La amistad ha cuajado en toda su reciedumbre humana. No han sido muchos, pero sí los suficientes para formar un pequeño racimo.

Con el correr de los años, la amistad va acumulando quilates, como el oro viejo. Hemos llegado a trascender las nobles miras humanas, y ahora enfocamos nuestro afecto hacia las alturas. ¿Dónde mejor reposar que al lado de nuestro Gozo Eterno?

Caminar juntos hacia la meta. Ayudarnos a ser útiles a nuestros hermanos. Llenarnos, unidos, como en nuevo Pentecostés, del Espíritu de Amor, de la Gracia de Dios.

Lo hemos experimentado: la amistad pura, llena de interés por el otro, generosa en la entrega, es una prueba más de la existencia de Dios, que es amor.