Ejemplos de Vida

Don Félix Beltrán, ¡ Oh sacerdote santo o nada!

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística                  

     

BREVE PREÁMBULO

Nació en el pueblecito de Hinojosa de Gudadalajara, España en 1918.-- El 18 de diciembre de 1999, dejaba este mundo Don Félix Beltrán. Sacerdote verdaderamente santo a los ojos de muchos, sin que con ello queramos prevenir el juicio de la Iglesia. Quisiéramos calar profundamente en su interior para conseguir transmitir lo que hacia él sentimos, pero cuando se trata de reflejar la intimidad de una persona con Dios, no es tarea fácil. Don Félix era un enamorado de Dios y de su sacerdocio, y un hombre que trabajó y se deshizo por conseguir un aumento de la santidad en sus compañeros los sacerdotes.

La Santidad Su Gran Estímulo

Que nadie me aventaje en amar al Señor, pero que yo tampoco aventaje a nadie. Creo que la oración sacerdotal nos obliga a ello respondiendo al deseo sacerdotal de Jesús sacerdote. Nosotros, de verdad, los primeros, pero para llevar a todos los demás con nosotros, no detrás, sino con. Así solía decir reiteradamente el padre Beltrán cuando hablaba o cuando escribía a sus amigos.

Dio muchos pasos en su vida para lograr esa santidad para los sacerdotes: centenares de tandas; miles de cartas y visitas; oración propia y petición de oraciones en este sentido. Entrevistó también a distintos obispos pidiendo un plan concreto en la diócesis para fomentar esta santidad sacerdotal. Uno de quienes le recibió fue don José María García Lahiguera. Después, el mismo Beltrán concretó algo de su proyecto en escrito que le envió a este señor obispo, cuyo proceso de canonización está en marcha. Copio algunos párrafos de aquella carta:

Creo, dice, que una cualidad fundamental en los sacerdotes que tengan esta misión de conseguir la santidad sacerdotal es la caridad afectiva hacia los compañeros en el ministerio. Me atrevería a copiar el "hablo como necio" de San Pablo y decir de mí mismo: Ésta me la ha hecho sentir el Señor de verdad y siempre. Los curas que me trataron en mis años de la Sierra saben lo que yo era para ellos: el auténtico compañero que a nada se niega, que a todo se presta; y le he de manifestar el gozo íntimo que he sentido sirviendo al sacerdocio... Jamás admití ninguna remuneración que hubiera de salir del bolsillo del señor cura.

No siempre se interpretó bien mi servicialidad. Sé que se atribuyó que lo hacía por cansancio del pueblo, afán de fama o de lucro. Dios sabe que era mentira: que ninguna de las tres cosas era cierta, pues jamás acudí a ningún lugar donde no fuera llamado sin ofrecerme; lo mismo asistí a pueblos grandes que a pequeños. Habré cobrado estipendio en 12 ó 15 tandas de los 65 Ejercicios Espirituales que llevo dirigidos hasta la fecha.

Quien lea estos párrafos sin haber conocido a Don Félix Beltrán personalmente, pudiera pensar que se trata de una forma altiva de escribir, pudiera creer arrogancia o quizás soberbia refinada al tomar la frase de San Pablo como inicio de su argumentación. Nada más lejos de ello. Don Félix es el sacerdote más humilde de cuantos he conocido, y he conocido y tratado a centenares y tal vez millares. Bastaba conversar con él durante unas horas para convencerse de ello. Pienso que es difícil superarle en humildad. Era de lo más sencillo, amistoso y caritativo. Quien estaba junto al padre se sentía persona importante. La frase de san Juan Bautista refiriéndose a Jesús: "Es preciso que Él crezca y que yo disminuya", parece que el Beltrán la había asimilado de tal manera que la aplicaba a cada uno con cuantos conversaba. Daba la impresión de que deseaba te sintieras superior a él.

Y don Félix Beltrán siguió siempre ofreciéndose, siempre en servicio, siempre mendigando hacer pequeños favores con una humildad sencilla, normal y encantadora. Ofrecerse, volver de nuevo a ofrecerse; unos lo acogían, otros no. Siempre mendigando darse.

O Sacerdote Santo O Nada

Y le añadía estas afirmaciones a Mons. García Lahiguera: Tengo asimilado el principio tantas veces repetido: "O sacerdote santo, o nada", y como en mí no cabe esa "nada", pues sin más opción, "sacerdote santo". Sí, señor obispo, el criterio lo tengo perfectamente asimilado del suyo, y eso me lleva a soñar en la posibilidad a que todos vivamos nuestra santidad sacerdotal.

Sepa creerme: no me dejo ganar de ningún sacerdote en el amor al sacerdocio y concretamente diocesano, y por él estoy dispuesto a sacrificarlo todo... y sólo por ayudar a que lo vivan totalmente mis hermanos es por lo que sueño todo esto. No busco mayor perfección en ningún otro estado distinto. Busco lo que creo es la voluntad de Dios en el orden a este mismo sacerdocio diocesano.

Y le añade al señor Obispo: No tendría para mí gran dificultad el abrirme camino en nuestro clero si me facilita el contacto previo en Ejercicios Espirituales, retiros, etc. Creo que mi amor inmenso al sacerdocio me inspiraría el trato de caridad y cariño que tanto abre los corazones, y más el sacerdotal. Mi propio modo de ser sencillo, sin empaque, me facilitaría el camino. Los aires de santidad, repelen; y, claro, los aires de santidad no son la santidad.

Este modo de hablar solo pueden utilizarlo los comediantes o los santos. El padre Beltrán era un santo, no un comediante. Quienes lo trataron lo pueden testificar.

La ilusión de don Félix durante toda su vida fue dedicarse a fomentar la santidad entre los sacerdotes y almas consagradas; esa era su razón de vivir. Por eso, en los últimos años de su existencia estuvo tan unido conmigo, porque por caminos muy distintos, la Providencia nos llevó a ambos a esa misma ilusión de apostolado.

En una conversación que mantuvo con el obispo García Lahiguera le preguntó éste: "¿Tú crees que esa misión llena la vida de un cura?" Don Félix Beltrán no lo dudó y le respondió: - Creo que si la cosa cuaja, qué duda cabe que llena la vida de un sacerdote y de varios. Y le aseguro que, aunque de momento no fuera factible la idea principal, no quedaría vacía mi vida de ministerio. Mi prisa por resolver: tengo la convicción de que esto se hará, que es necesario que se haga; siento la obligación moral sobre mí, de esforzarme cuanto pueda porque esto llegue a una realidad.

Cuando nuestro sacerdote definía estos proyectos, tan sólo contaba 33 años, y ya lo vivía desde hacía varios. Toda su existencia terrena quiso ser el desarrollo de esta ilusión. Trabajó con toda su alma. Sus éxitos, desde el punto de vista individual, no cabe duda de que fueron pingües; no en vano pasaron por sus Ejercicios Espirituales alrededor de ocho mil sacerdotes, almas consagradas y seglares comprometidos. En el aspecto colectivo, ambiental, nada consiguió. Más bien, cuando llegó la década de los setenta, parecía que todo lo relativo a perfección y santidad se venía abajo en el ámbito clerical. A pesar de todo, su voz profética seguirá resonando. Esta fue su ilusión esperanzada: la santidad del clero diocesano. Este fue su dolor íntimo, el no poder influir más.

Sacerdocio, santidad sacerdotal, enamoramiento de Dios: ideas éstas que llenaban todo el clima espiritual de la existencia de don Félix. Y así pensaba y afirmaba en sus cartas: - Qué maravillosa doctrina la del enamoramiento de Dios a través de Jesucristo. Piensa que la Santísima Trinidad no es ni más ni menos que una relación de enamoramiento del Padre y del Hijo, entre los dos, por vía de conocimiento; y el Espíritu Santo es ni más ni menos que ese amor que se tienen. Y piensa que el Señor quiere establecer eso mismo en todas las almas sin excepción. En todos los estados en que Dios coloca a las almas, se puede llegar a ese enamoramiento. Y piensa que ahí radica nuestro celo...

Todo De Una Manera Sencilla

Pero nuestro amigo el sacerdote de sacerdotes no pretendía vías extraordinarias para la santidad del clero, y solía decir: Las apariciones son posibles, pero no son necesarias. Solamente los frutos producidos serán el argumento de su autenticidad. La Iglesia si le constara que son falsas, lo dice; pero aunque le constara que son ciertas, nunca lo dirá. Cuánto bien nos hace recordar la divinización que Él trae para nosotros, y ojalá lo sepamos comunicar a tantos hermanos nuestros que tanto se "humanizan". Hemos de imitar a Jesús en su divinidad, como Él ha querido imitarnos en nuestra humanidad. Eso es fervor sacerdotal.

Es preciso fomentar en el clero la vida interior, añadía. Recordar la ilusión con que fuimos a la Ordenación. Y Jesús es el mismo entonces que ahora. Por eso aseguraba don Félix: En nuestra entrega total entran también nuestras limitaciones que nos dan ocasión de fomentar nuestra humildad y nuestro deseo de superarlas por Él. Pero de estas debilidades nos hemos de levantar enseguida. Recuerdo la sencilla frase de santa Teresa del Niño Jesús: justificaba el sueño de la oración que no era pereza con aquella salida tan infantil, pero tan profunda: "Los niños igual agradan a sus madres dormidos que despiertos". Ni tú ni yo podemos dudar que estamos siempre hirviendo de amor a Dios.

Oyendo hablar al padre Beltrán y leyendo sus líneas, uno se llena de emoción y de ganas de ser santo.

Una Carta Que Me Hizo Vibrar

Me escribió una carta que medité mucho. Cada línea es un mundo voy a ver si la transcribo por partes, porque merece la pena: Es mi carta de primavera, me dice, contestación a la tuya. Vamos a animarnos mutuamente a servir al Señor cada día con más alegría y confianza; de su paternidad nunca se abusa. Pasa Jesús por alto todas nuestras infidelidades y las perdona si las reconocemos y lamentamos con humildad. Ellas son para nosotros fuente de mayor humildad, no de humillación. Y nos preparan a vivir totalmente entregados y a sentir en nosotros la evidencia del amor de Dios misericordioso. Saboreamos agradecidos el amor misericordioso el amor que nos tiene y no nos deja tiempo a pensar en el nuestro que de hecho lo estamos ejercitando al pensar en el suyo.

En este sentido es saludable el temor a la tibieza que nos hace no tenerla, en cambio poseemos su contrario que es el fervor, el constante deseo de amarle y agradarle. Yo te aconsejaría no tanto la preocupación cuanto la ocupación; la primera inquieta porque es el "yo" el centro de atención; la segunda da paz, porque es "Él" nuestro centro de atención.

Santa Teresa del Niño Jesús desde los tres años no recordaba haber negado nada a su Amado. En la más terrible noche oscura que aceptaba, todavía facilita más esa presencia vivida, no sentida de Dios.

¡Somos los preferidos del Señor con ese sacerdocio que nos invade! No busquemos los consuelos Dios, sino al Dios de los consuelos; no busquemos nuestra santidad, sino la de Él en nosotros. No nuestro gozo, sino el de Él, que además es el mismo. Gozo "haciéndole" como Él se goza en mi felicidad... Que no seamos recitadores de lecciones, sino que se hable desde dentro, de algo experimentado y vivido. De esta forma simbiotizamos nuestro apostolado.

Cómo Vivir Con Fervor Sacerdotal

Ésta era la manera de animar a quienes a él se acercaban: Siempre de estreno y siempre a tope; y sin embargo, nunca basta, porque la capacidad del alma va aumentando con la gracia; por eso, hoy más que ayer, pero menos que mañana. Pero ayer y hoy y mañana, a tope. Y hemos de sufrir la limitación de nuestro poder con la ilimitación de nuestro desear, que luego se hace realidad con el poder de Dios. Así animaba a cuantos con él se relacionaban.

He escuchado varias veces unas cintas casetes que me envió una tanda de Ejercicios Espirituales a unos estudiantes próximos al sacerdocio. Era emocionante el tono de su voz. Hablaba con emoción; hablaba desde su experiencia de Dios. Nunca para él el ministerio de los Ejercicios era mera repetición. No hubiera podido aguantar la rutina su psicología enamorada en todo momento de lo santo. Por eso afirmaba:

Nosotros no somos protagonistas ni siquiera de nuestras miserias tan amorosamente por Él planeadas, porque hacían falta para ganarnos el Corazón a ese precio. Bien es verdad que ese precio lo hemos hecho necesario, pero la compensación buscada y deseada por Él de este proceso desemboca en este otro... Es verdad que en medio de la mayor sequedad no te aburres y te encuentras a gusto. Verás cómo en las de Dios no rigen las matemáticas. Te he de decir que cuando se narran las cosas de Dios nunca se exagera; la más pequeña de las suyas, es grande. Reconocer su grandeza es precisamente nuestra grandeza recibida, reconocida y retornada. Como sólo el santo ejemplariza, el que no es santo, y en la medida en que no lo es, escandaliza.

Quienes le escuchaban en Ejercicios Espirituales, salían encendidos. Quienes hemos leído sus cartas, terminábamos animados a perseverar. ¡Sus cartas! Utilizaba para ellas una máquina tradicional. Las redactaba a todo meter. Estaban cuajadas de faltas dactilográficas cuando las enviaba a un amigo, porque no escribía con los dedos, sino con el corazón que le bullía a borbotones en espiritualidad y quería comunicar con toda rapidez su ánimo lleno de fervor y amor a Jesucristo.

Don Félix es una persona irrepetible: el sacerdote de los sacerdotes, el hombre lleno de Dios, el gran animador en la fe; el religioso más ferviente.

El Sacerdocio

Para D. Félix Beltrán el sacerdocio fue la niña de sus ojos, y en concreto los sacerdotes eran sus amigos, los seres privilegiados de quienes dependía principalmente la gloria de Dios y la salvación de las almas. Siempre estuvo en contacto con ellos y su mayor ilusión fue entrar en comunicación con los obispos.

El padre Beltrán pasó su vida dando Ejercicios Espirituales a sacerdotes, religiosas y almas consagradas, pero no se contentaba con esto. Siempre soñó con organizar a nivel nacional e incluso mundial grupos de sacerdotes que sin dejar de ser diocesanos fueran un poco líderes y encargados de fomentar la santidad sacerdotal entre sus compañeros. No consiguió, en la etapa de "mayor producción" de su vida, llevar a la realidad este sueño: una institución de sacerdotes para conseguir la perfección evangélica propia y de sus compañeros. Pretendió en su ancianidad en contacto conmigo convencer a los obispos para que se introdujera esta maravillosa iniciativa.

Era don Félix de talante profundamente conservador. Pero era sobre todo hombre de Dios. Por eso no dudó, una vez que me conoció y se enteró cuál era la ilusión de mi vida: la santidad de los sacerdotes y almas consagradas, entrar en contacto conmigo, puesto que ése era el fin de su vida en este mundo: la santidad del clero diocesano. Sin ningún prejuicio hacia mi persona, a pesar de haber obtenido dispensa de celibato para contraer matrimonio. Los dos hemos trabajado durante siete años en esta sencilla, pero gran empresa: fomentar entre los conventos contemplativos la campaña de oración por la santidad del clero; mover y convencer a los obispos hacia esta tarea, a nuestro juicio la más urgente hoy en el mundo católico.

El padre Beltrán no tenía medios disponibles para esta acción, porque se requería el dominio de la informática a fin de poder llegar con facilidad a cada uno de los obispos. Cuando se encontró conmigo, se le abrieron nuevas perspectivas, revivió con fuerza lo que había sido su ilusión desde la juventud. Enseguida entró en comunicación con su obispo, el Cardenal Rouco de Madrid y le decía:

- La Providencia me hizo conocer a José María Lorenzo; y la perfecta sintonía con él en ideales sacerdotales me movió a unirme a él en la iniciativa que, brotada de su corazón, había iniciado ya. Se trata de una campaña de oración por la santidad de los sacerdotes, dirigida a las religiosas de clausura que, porción orante de la Iglesia como son, resultan las más indicadas para alcanzar de Dios esa santidad sacerdotal.

Y sigue en la misma carta a Rouco: Hace tiempo ya venía yo mismo con esta gran ilusión y entré en diálogo con el cardenal Suquía. Le envío copia de la carta que en su día le escribí a ese señor Cardenal. Ahora me encuentro en Alcuéscar...

Y me decía a mí mismo don Félix estas palabras: - Esta presentación nos puede dejar paso para trabajar a los propios obispos a que asuman como su única ocupación el cuidarse de la espiritualidad de sus sacerdotes.

Quería Vivir Para Conseguir El Sueño De Su Existencia Terrena

Deseo que Dios me conceda muchos años para dedicarlos a mis hermanos los sacerdotes a los que tanto quiero. Dios quiso que a ellos pastoralmente haya estado dedicado en la dirección de Ejercicios Espirituales. Dios sabe lo que he gozado en ello y con ellos. Tanto que no sé si gozaré más en el Cielo; por eso no es extraño que no tenga prisa en llegar allá, tanto más cuanto el gozo pastoral y mi entrega a ellos, y a través de ellos al Señor, aumentará su gloria y mi gozo en Él. Por eso suelo decir que miedo a morir no tengo, pero prisa tampoco.