Ejemplos de Vida

Don Félix Beltrán, en la guerra civil española

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

BREVE PREÁMBULO

Nació en el pueblecito de Hinojosa de Gudadalajara, España en 1918.-- El 18 de diciembre de 1999, dejaba este mundo Don Félix Beltrán. Sacerdote verdaderamente santo a los ojos de muchos, sin que con ello queramos prevenir el juicio de la Iglesia. Quisiéramos calar profundamente en su interior para conseguir transmitir lo que hacia él sentimos, pero cuando se trata de reflejar la intimidad de una persona con Dios, no es tarea fácil. Don Félix era un enamorado de Dios y de su sacerdocio, y un hombre que trabajó y se deshizo por conseguir un aumento de la santidad en sus compañeros los sacerdotes.

Don Félix Durante La Guerra Civil

Los primeros días de la guerra civil española, todos, alumnos y profesores, hubieron de salir huyendo del Seminario y refugiarse en la casa particular del señor rector. Allí fue detenido Félix por los milicianos, por el "tremendo delito" de ser estudiante de cura; lo condujeron a la checa, lugar de torturas y antesala del fusilamiento. Hay que tener en cuenta que en Alcalá de Henares fueron pasados por las armas dieciocho sacerdotes, y buen número de seglares por el simple hecho de ser católicos. En el interrogatorio nuestro prisionero nunca negó que fuera seminarista, "estudiante de cura", como ellos decían. Providencialmente, porque todos cuantos entraban en la checa, al día siguiente, eran ejecutados, fue conducido a la cárcel; allí pasó varios días. Y dice su hermano Jacinto, también sacerdote: "Por mediación de los familiares de otros encarcelados, nos mandó la novedad de que se encontraba prisionero, y nos indicaba si podíamos mandarle comida, pues en la cárcel no les daban de comer".

Gracias a la influencia de un teniente de aviación del Ejército Rojo, hijo del pueblo, salió de prisión ocho días después. Él había visto partir de aquellas mazmorras, cada mañana, grupos de compañeros que eran trasladados al paredón. "Mañana me tocará a mí", pensaba. Pero fue liberado por el oficial, generoso con los del pueblo.

Por precaución, los primeros meses no pisó a la calle; siguió refugiado en la misma casa del rector del Seminario que huyó a una embajada a Madrid. Y estando allí, la influencia de un guardia de asalto le libró de aquella situación embarazosa. Se lo llevó como ayudante del Secretario del Ayuntamiento a Santorcaz; él era de derechas y lo mantuvo camuflado; allí Félix hubo de esconderse muchas veces, cuando había peligro de que lo descubriera el comité de policía.

Y Le Llaman A Filas En El Ejército Rojo

Así estuvo hasta que llamaron a su quinta a filas; no tuvo más remedio que incorporarse a las milicias del ejército rojo. Permaneció como miliciano alrededor de año y medio. Y tuvo suerte porque pudo, algún mes más tarde, contactar con varios compañeros seminaristas de Alcalá. Para no ser descubiertos se escribían con caracteres griegos. Asimismo conectó con algún sacerdote oculto de Madrid. Siempre que podía se escapaba para oír Misa y comulgar. Aquello pudo costarle la vida, pero jugó ese riesgo dado el amor que tenía a la Eucaristía.

Sufrió varios traslados en el frente, e invariablemente indagaba hasta encontrar a algún sacerdote con quien poder dialogar de palabra o por escrito. ¡Casi siempre tuvo suerte! Para poder recibir la sagrada Comunión y estar en contacto con Jesús llevaba siempre consigo una cajita con el Santísimo Sacramento. Esta era su gran delicia, de tal manera que nunca se encontró solo, como lo recordaba en más de una ocasión. Así habían de mantener su relación con Jesús las personas hambrientas de Dios. El seminarista Félix Beltrán no podía vivir sin el contacto íntimo con su Amado; por eso, distintos sacerdotes con buen criterio, y usando rectamente la "epiqueia", le permitieron esta gracia que nunca después olvidó emocionado. ¡Cuánto amaba a la Eucaristía! No eran muchas las formas que podía llevar consigo; por ello, cada mañana cortaba un trocito para poder comulgar.

Su vida en la milicia era ejemplar y de servicio caritativo a todos; pero tanta bondad fue advertida por los enemigos de la religión. Llegaron a sospechar de él y lo descubrieron. Félix no lo negó: "Soy seminarista - afirmó cuando le interrogaron - haced de mí lo que queráis". Hubo una especie de consejo de guerra en el que intervinieron el Comisario y el jefe de brigada. Corrió la voz por todo el batallón pensando que lo iban a fusilar al día siguiente.

Algunos amigos suyos le propusieron huir juntos aquella misma noche, y pasar al campo nacional, mas Félix se negó. No quiso poner en peligro muy grave a sus amigos. Prefirió abandonarse a la Providencia. La mañana siguiente fue llamado de inmediato por el Comisario. Él creyó que le había llegado la hora de partir de este mundo. Consumió la Sagrada Eucaristía como viático y se dispuso a morir. Pero nada de esto ocurrió; la Providencia lo reservaba para una acción muy concreta en su vida sacerdotal: ser pastor de pastores, sacerdote de sacerdotes.

¿Qué hicieron con él? Nadie podía imaginarlo: lo trasladaron a otra brigada distinta; a otro frente de guerra lejos de aquél. Pero no lo pusieron con el fusil; le hicieron "miliciano de cultura", ayudante del Comisario. Su labor principal era enseñar a leer y escribir a los analfabetos. Siempre su familia se preguntaba por qué no lo fusilaron. Se hacían varias hipótesis: la más elemental era que deseaban tener una persona culta para enseñar a los milicianos. Otra, algún jefe, buen cristiano camuflado, que intercedió por él. Pero siempre queda en el misterio quién influyó en su favor. Tal vez fuera cualquiera de aquellos "jueces", quizás el Comisario.

Félix siempre llevó el rosario en el bolsillo. No presumía de ser seminarista, pero muchos signos lo delataban, y nunca lo disimulaba. Fueron varias las ocasiones en las que estuvo a punto de ser fusilado; pero Dios lo quería para sacerdote suyo y lo libró de todos los peligros. En cuanto encontraba ocasión propicia, marchaba a Madrid para tomar contacto con sacerdotes que ejercían su ministerio de forma clandestina.

¿Cómo Fue Para Félix El Final De La Guerra?

Cuando llegó la "Revolución comunista del Ejército", se escapó del Frente, se refugió en Alcalá de Henares y se escondió en una casa. Allí entró en contacto con su médico del Seminario. A éste se le ocurrió una idea feliz: ¿por qué no ingresarlo en el Hospital Militar como enfermo? ¿Y cuál iba a ser su enfermedad estando sano? Dicho y hecho, le vendó meticulosamente una pierna. Félix fue cojo de solemnidad, "herido de guerra" hasta el fin de la contienda, que llegó muy pronto. ¡Qué nervios tenía que llevar por dentro para conseguir disimular! Nos viene a la memoria el caso de Juan María Vianney, futuro cura de Ars, cuando huyó como prófugo de la guerra y se refugió en un pueblo de montaña. ¡Cuánto sufrieron ambos! Pues nada, Félix sanó de su cojera en el mismo momento en que "Cautivo el Ejército Rojo", perdió su última batalla.

Jacinto Beltrán, hermano de Félix