Reflexiones desde la debilidad

Y el cielo ¿Que...?

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística                  

     

En la vida de Santa Teresa de Jesús se cuenta un suceso que a ella hizo estremecerse de ilusión: Se le apareció, poco después de morir, San Pedro de Alcántara, un sacerdote religioso que había vivido en austeridad suma. Su fama de penitencia cundió por todos los lugares. Estaba tan delgado que la gente decía de él: "parece una gavilla de sarmientos." Pues bien, la visión de este santo resultó consoladora: envuelto en luz y en la alegría celestial, le comunicó a la santa: "Oh bendita penitencia que me ha merecido tanta gloria."

El cielo. La gloria. La patria eterna. La casa del Padre. Hablamos muy poco de ello. Pensamos muy poco en las alegrías eternas. Parece que lo de "el opio del pueblo" nos lo han metido hasta el fondo. Y no es opio el pensar, el soñar en lo bueno que nos espera, a no ser que esos sueños nos impidan asentarnos en la realidad presente. Se trata de trabajar con mayor ilusión, pensando en la maravilla que nos aguarda.

Es verdad que el amor a Dios y al prójimo han de presidir nuestra vida espiritual. Pero, ¿por qué -a la vez- no pensar más en la morada eterna? Los novios, cuando están construyendo su piso, hablan de ello con calor; se comunican de continuo cualquier novedad observada. Nosotros, querido enfermo, somos los "novios de Dios". El está preparando nuestra mansión eterna en el cielo. Vamos a pensar en ella; vamos a trabajar por adornarla.

Siempre me ha llamado la atención el pasaje evangélico de "Los Dos de Emaús". Habían estado caminando todo el día dos Discípulos del Maestro Divino junto a Jesús; y no lo reconocieron. Se hacía de noche y le invitaron a cenar. Algo maravilloso pasó allí. En el momento de la fracción del pan se abren los ojos de los dos y se dicen uno al otro: "¿No es verdad que sentíamos abrasarse nuestro corazón, mientras nos hablaba por el camino?" (Lc. 24,12...)

¡Qué maravilla aquel encuentro de los tres! ¿Y qué será cuando estemos junto a El cara a cara, disfrutando por siempre? ¿Por qué no interrumpes ahora unos momentos la lectura y te pones a pensar, a imaginar esta real ilusión?

Poco importa sufrir enfermedades y dolor; poco nos ha de impresionar la misma muerte, cuando tenemos la seguridad de que Dios nos espera. Sí. Decimos con resolución: Bendita penitencia que nos ha de merecer tanta gloria. Bendita enfermedad -dilo con fe-, que me está purificando, preparando para la unión definitiva con Dios.

"El Señor está cerca", parece que nos dicen nuestros achaques, como en la liturgia de adviento.

¿Macabro? Nada de eso. Que no estamos pensando como aquellos hombres sin esperanza: para ellos todo se acaba con las cenizas del sepulcro. Para nosotros, todo comienza entonces.

Acepta gozoso las incomodidades de este corto viaje hacia Dios, aunque sea muy accidentado. Porque el Señor está cerca.