Reflexiones desde la debilidad

Visitar sí

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística               

     

De vez en cuando en la pequeña pantalla se cuela algún serial digno de verse. Recuerdo ahora uno de hace bastantes años. Trataba de la vida diaria de un pueblo ideal. Allí todo el mundo se quería; todos se sentían uno; los problemas se solucionaban con actitudes de bondad. A todos nos estimulaba el deseo de vivir en un lugar como aquél.

Y así debieran ser nuestros pueblos y los barrios de nuestras ciudades: armonía y paz. Cariño entre todos. Aquella aldea de privilegio nos hizo soñar en la década de los setenta. No aguardaba la gente a que un compañero marchase a la clínica para visitarle después de la operación. Se practicaba de una manera más espontánea y simpática la acción de acompañar a los enfermos.

Siempre es una espléndida obra de caridad la visita cuando se trata de una enfermedad larga, y ha de permanecer el paciente semanas y meses recluido en su casa, o en la cama de un hospital lejos del hogar. Si el enfermo es pobre y con pocos recursos de compañía, el consuelo de la visita adquiere ante Dios quilates de oro. Muchas veces para el crónico la mejor medicina es el sentir junto a sí a un viejo amigo o a una persona llena de cordialidad. Pero nunca reducir esta reunión a mero humanismo. Si somos personas de fe, sabremos que el amor al prójimo ha de ser total; no sólo mirar su necesidad inmediata.

Si nuestros encuentros con personas enfermas son frecuentes, poco a poco surge la mutua confianza y van entrando en juego temas serios y trascendentes. Entonces se puede tocar, sin ninguna violencia el asunto de nuestro trato con Dios. ¡Cuánto bien podemos hacer en este terreno! Facilitar asimismo la relación con el sacerdote. La vida sacramental del enfermo es asunto de la mayor importancia. Un buen amigo potencia estos contactos.

Nos alegra ver organizada en muchas parroquias la pastoral sanitaria. Gente de mucho temple espiritual está trabajando con ilusión en dar calor a personas en esta etapa difícil de su vida. Y nunca olvidan de facilitar el encuentro sacramental con Cristo.

Un éxito apostólico de nuestros tiempos es haber logrado dar cuerpo a esta obra de misericordia: visitar a los enfermos. Y sobre todo el hacerlo sin empaque, sin formulismos, con la naturalidad espontánea de lo no programado.