Reflexiones desde la debilidad

Un pobre cura de pueblo

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

Hace unos treinta años hubo en Navarra un obispo auxiliar de feliz memoria: era Mons. Riesco Carvajo: hombre de lo más sencillo y acogedor. Recuerdo cómo lo conocí. Entraba yo junto a un amigo, sacerdote joven, en el hall del seminario de Pamplona. Allí se encontraba Monseñor. Mi amigo se presentó así:

- "Soy un pobre cura rural."

- "Todos somos pobres curas", contestó el obispo.

Desde el primer momento la conversación entró en un clima de confianza.

He recordado muchas veces esta anécdota. Sí, todos somos pobres: quien esto escribe y quien lo lee. Todos nos encontramos indigentes; con problemas difíciles: unos, propios y otros, de personas muy allegadas. Y si alguno carece de cruz, piense que le llegará sin que pasen muchos años.

¿Quién no es débil? ¿Quién no se encuentra enfermo en algo? Pero nunca te sientas inútil por tus dolencias. Humilde, sí; acomplejado, jamás. Y, si profundizas un poco en tu interior, nunca despreciarás al marginado, al niño o al ignorante, según el mandato de San Pablo: "Que acojáis a los débiles y seáis pacientes con todos."

Tú, querido enfermo, has de aceptar complacido a cuantos se relacionan contigo. No vayas buscando la compasión: siempre existen otros más indigentes que tú.

"Todos somos pobres curas", decía aquel señor obispo. Luego me enteré de sus problemas. Por cierto, eran más agudos que los de mi amigo y míos. Llevaba dentro de sí la enfermedad que pocos meses más tarde lo conduciría al sepulcro.

¡Problemas! ¿Quién no los tiene? Asumirlos, ayuda a vivir en paz. Ofrecerlos a Dios por la mañana en la Eucaristía, nos convierte en apóstoles. Mostrar cara sonriente y deseo de ayudar a nuestros semejantes, coloca nuestro espíritu en los umbrales de la santidad. Por algo nos recuerda San Pablo: "Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo."