Reflexiones desde la debilidad

Un amigo anciano

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

Siempre recordaré el caso de aquel amigo anciano. A pocas personas, y menos aún si son de edad provecta, se les ve con tal alegría de fe. Todos pudimos comprobar la hondura de su sentimiento religioso. Era consciente de que su vida estaba consumiéndose.

Una tarde, alguien escuchó estas frases: "No me engañéis con vuestras mentiras "piadosas". Todo es posible, sí. Todavía con mis ochenta y tres años puedo curarme y dar paseos por el sol durante cuatro o cinco primaveras. Todo es posible. ¿Pero qué supone para quien ha vivido más de ochenta, unos pocos años de propina? Que se cumpla en mí la voluntad de Dios. Y... me parece... me parece... que su deseo es llevarme con El. Bendito sea el Señor que así ha dispuesto la vida para que no nos hagamos eternos en este valle de lágrimas. Prefiero estar por siempre con El en el cielo."

Y de veras tenía razón aquel viejo amigo. Por algo afirma San Francisco de Sales: "La vida de un hombre que, profundamente debilitado, va poco a poco muriendo en el lecho, apenas merece llamarse vida... pues de tal modo está mezclada con la muerte, que no se podría decir si es una muerte que vive o una vida que muere."

No nos engañemos, y menos en la ancianidad. Hemos de ser realistas. Los años no disminuyen por mucho tinte que nos demos en el cabello o por mucho dinero que invirtamos en cirugía estética. Si estos trucos te proporcionan alguna seguridad humana, nadie te impide practicarlos. Pero que no te sirva para olvidar la ruta que Dios ha puesto en tu existencia.

Me encontraba en un sencillo hotel de Mallorca pasando unos pocos días de vacaciones. Todas las mañanas saludaba a una anciana sonriente; era de nacionalidad alemana. Un día no bajó a desayunar. El Señor la había llamado en pleno veraneo. Bonito, sí, distraerse en la ancianidad. Pero sin olvidar que el Señor está cerca.

Si un joven pierde el tiempo en bagatelas demuestra ligereza. Pero un anciano no se pude permitir ese lujo absurdo. Es como una casa en construcción a punto de ser entregada a su propietario. Ha de aprovechar hasta el último momento para hacer algún retoque interior y para agradecer al Señor el haberle permitido cantar con el anciano Simeón: "Ahora, Señor, puedes dejar ir a tu siervo en paz, según tus palabras, porque han visto mis ojos tu salud... la luz para la iluminación de las gentes y gloria de tu pueblo de Israel." Y continuar viviendo con ilusión en la esperanza; en la paz del Señor que nos guiará hacia el puerto.