Reflexiones desde la debilidad

Una historia que hace pensar

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

Muchas veces he imaginado los últimos días del Rey Carlos I de España. Aquel gran Emperador, cuando constató que sus fuerzas menguaban, se encerró en el monasterio de Yuste, para vivir de manera semejante a los frailes el resto de su existencia.

Y, ¡cosa curiosa! ordenó que se celebraran en vida sus exequias, estando él presente en cuerpo y alma. Postrado en decúbito supino durante toda la ceremonia, escuchó el monarca los rezos y melodías fúnebres de los monjes.

Ocurrencia verdaderamente extraña la del monarca español, mirándolo bien. Pero merece la pena imaginarlo. ¿Por qué no vivir esos momentos futuros AHORA con intensidad. Eso sí está en nuestras manos y no resulta nada excéntrico. Al contrario, puede ser altamente beneficioso para nuestras almas.

Meditar en el más allá. Traer con frecuencia a la memoria las postrimerías: muerte, juicio, infierno y gloria. No es tarea recomendada tan solo a ancianos o enfermos terminales. Toda persona debiera tomar conciencia de este tema con relativa frecuencia.

Pero es algo, por desgracia demasiado olvidado por gran parte de los hombres. De manera obsesiva la sociedad lo oculta, lo disimula, lo pasa por alto. Y, sin embargo, son ideas muy sencillas. Todo el mundo entiende la lección continua del final de nuestra existencia. Desde los años más jóvenes en clases de religión o en ejercicios espirituales lo hemos escuchado tantas veces... No sé por qué son ahora ideas tabú. Parece que nos hemos propuesto entre todos no hablar de ellas.

Los más osados en este terreno son los agentes de seguros. Ellos se acercan hasta nuestro domicilio para "coaccionarnos" suavemente a que firmemos la póliza de total garantía para la vida de nuestros deudos.

Jesús nos avisa con claridad: "Velad, pues no sabéis el día ni la hora". (1) Me parece que es necesario volver al principal seguro, al que Jesús nos ofrece en el Evangelio: "procuraos no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que el Hijo del Hombre os da, porque Dios le acreditó con su sello." (2)

Y acudir con fe, esperanza y gran amor a la Eucaristía. Nadie es capaz de ofrecer garantías, sino Aquel que ha vencido la muerte, después de haberse sometido a ella. El hombre que quiere vencerla debe escuchar antes aquello de "si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo, pero si muere, llevará mucho fruto." (3)

(1) Mt. 25,13

(2) Jn. 6,27)

(3) Jn. 12,24