Reflexiones desde la debilidad

Tengo yo setenta y me costaría

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística                  

     

Era de verdad amable nuestro profesor de Literatura, y como amable, distraído. - "¿Les he leído alguna vez lo del frailecico que muriendo reía?" A pesar de que lo había recitado ya en cinco o más ocasiones, a coro decíamos: - "¡Nooo...!" Y repetía de nuevo la bellísima poesía. Este era el argumento: Un novicio de diecisiete años encontrábase enfermo de gravedad. Cuando entró en agonía, sonreía gozoso mientras contemplaba a la Virgen, que le tendía la mano para llevarlo al Cielo. Un monje, ya mayor, que le asistía, miraba emocionado la escena. Y con lágrimas en los ojos meditaba una y otra vez: "El, joven, muere alegre y feliz, cuando aún no ha ha llegado a los veinte años. Tengo yo setenta y me costaría."

Esta leyenda se grabó en nuestras mentes y en nuestros corazones. A lo largo de la vida hemos comprobado con frecuencia la realidad de esta narración. Al joven le cuesta menos entregar su vida en flor de primavera.

Pero ocurre algo que igualmente es verdad: En los comienzos de la edad madura, cuando ya nuestros padres han abandonado este mundo, resulta más fácil adentrarse en el pensamiento de las verdades eternas, familiarizarse con ellas, pero es preciso enfocarlas con serenidad y gozo de espíritu. Dios irá poco a poco despegándonos de lo terreno para que nos adhiramos a lo eterno. Nuestros temores de adultos, ante la incógnita del más allá, se irán trocando en un "dejarse llevar" en los brazos suaves de la Providencia.

Con razón decía mi amigo, capellán de un Centro Sanitario: "Lo voy comprobando todos los días. Dios da una gracia especial a los enfermos para aceptar sus dolencias, y si llega el caso, la misma muerte." El fraile mayor de nuestra leyenda decía: "Tengo yo setenta y me costaría", sí. Pero pensemos que pronunciaba esta frase encontrándose en pleno vigor.

Es cierto: cuando llega la ocasión, el Señor ayuda y nos acoge en sus brazos paternales. Pero, ¡atención!: desde ahora, sea cual fuere nuestra edad, hemos de vivir con la gran ilusión de preparar nuestra morada en el cielo. Fomentando siempre y en todo el amor a Dios y al prójimo por Él.