Reflexiones desde la debilidad

Saber escuchar

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística               

     

En los años de mi juventud, cuando mi mente comenzaba a bullir en ideales, en deseos extraordinarios de hacer algo por los demás, me encontré una mañana con un tipo curioso. En la conversación que mantuve con él, decía muy serio: "Yo soy una persona honrada; jamás me meto con nadie. Pero voy a ponerme en la cabeza un gorro que diga: No me cuente sus problema, tengo bastante con los míos."

Nuestro "hombre honrado" pensaba de sí mismo lo mejor tan sólo porque no se metía con nadie. Tal vez yo hoy hubiera callado ante un aserto tan decidido, convencido de que a una mente fosilizada en sus ideas no se le puede hacer cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Pero entonces no lo pude remediar. Le dije a boca jarro: "Eso no manda Dios." Y no se enfadó nuestro personaje, ni pronunció una palabra despectiva contra mí, haciendo honor a su lema de no meterse con nadie.

En el polo opuesto de aquel anciano egoísta se encuentran otros muchos que siguen a la letra el consejo de San Pablo: "Que cada uno lleve las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo." ¡Qué sabia esta norma de vida! La mayoría de las personas necesitamos de vez en cuando confiar nuestras preocupaciones, disgustos o ansiedades a gente buena que tenga capacidad de escuchar. ¡Qué acto de caridad más entrañable prestar atención a las cuitas o disgustos de tantos hermanos que sufren! Muchos, quizás por timidez, no encuentran con quién poder desahogarse.

Hace unos días oí una noticia chocante. Una señora de edad bastante avanzada subió a un taxi y le dijo al conductor: "Lléveme, por favor a donde usted quiera. Mi único deseo es que mientras hace su carrera me escuche. Vivo sola y apenas puedo conversar con nadie."

¡Cuánto bien podemos hacer prestando atención a los problemas que nos cuentan los demás! Muchas enfermedades mentales habrían dejado de incubarse, si a su debido tiempo hubiera tenido el paciente un interlocutor válido con quien desahogar sus inquietudes.

Pero a la vez todos hemos de esforzarnos por guardar el equilibrio. Hay gente que se pasa la vida contando las penas de Murcia a todo hijo de vecino. Estos, además de "dar la paliza" a sus semejantes, no obtienen ningún beneficio. Por el contrario llegan a obsesionarse con sus males reales o imaginarios y a hacer más difícil su posible curación.