Reflexiones desde la debilidad

Por el valle de Ata

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística                  

     

Me alegró mucho aquel paseo en el corazón de Aralar: mañana tibia de sol, y el calor de un amigo bueno, gozoso en hablar de cosas del espíritu.

-"Me gustan leer temas relacionados con Dios y la trascendencia, decía mi acompañante. También leo todas las semanas "Reflexiones desde la debilidad". Me parece muy bien aquello de llamar al sacerdote para que administre los sacramentos al enfermo, cuando existe peligro de muerte. Así tiene que ser: pura lógica cristiana. Pero debiéramos estar preparados de tal manera a dar el paso de esta vida que no tuviéramos necesidad de confesarnos en los últimos momentos."

Y es verdad, digo yo: San Francisco Javier no recibió la visita de un presbítero que acogiera su última confesión y le administrara los últimos sacramentos. Y ocupa lugar destacado en el cielo.

Mi amigo, el de la conversación por el Valle de Ata, comulga con mucha frecuencia y practica todos los años el retiro espiritual. No teme a la muerte, porque "su vida está escondida con Cristo en Dios." Siempre desea la presencia del sacerdote; lo acogerá con agradecimiento y gozo, porque ¿hay mayor consuelo que abrazar a Cristo en la enfermedad grave? Pero procura siempre estar preparado.

Me viene a la mente ahora una anécdota; la última de la vida del Cura de Ars: Cuando un compañero sacerdote le administraba el santo Viático, comenzó Vianney a llorar. Alguien se extrañó de que un hombre de tal fe y esperanza llorase cuando se acercaba el momento tantas veces deseado, el paso definitivo hacia Dios. Y le preguntó: - "¿Por qué lloráis?" Él respondió:

- "Ha sido tanta la alegría de la comunión durante toda mi existencia que siento tristeza de que ésta sea la última vez."

Merece la pena vivir a tope nuestra fe; disfrutar con la Eucaristía como S. Juan María Vianney. ¿Qué mejor pasaporte cuando el Señor nos llame, que haber permanecido juntos durante los largos años de nuestra vida?

Como decía aquel otro santo: "Mi amigo va a ser mi juez." ¡Qué confianza y seguridad cuando nos veamos cara a cara con quien hemos contemplado y adorado tantas veces en la Eucaristía!