Reflexiones desde la debilidad

Luchar, si

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística                  

     

Tuve que acudir a una clínica de Madrid para acompañar a mi hermana, que iba a ser intervenida por un cirujano famoso. Han transcurrido ya bastantes años. En las horas largas de estancia hablé con varios enfermos residentes. Uno me llamó la atención: era joven padre de familia. No pasaría de los cuarenta. Su aspecto, casi saludable, no reflejaba en su rostro enfermedad, aunque sí preocupación. Él desahogaba conmigo sus temores, buscando en alguien ánimo y consuelo:

- Soy hombre joven - decía. Tengo mujer y dos hijos pequeños. Algo grave llevo por dentro. Me preocupa por ellos. ¡Y también por mí! He vivido poco tiempo todavía y quisiera tener años por delante. Lucharé hasta el fin.

A pesar del tiempo pasado, me viene con frecuencia a la memoria aquel enfermo de Madrid. No he logrado después localizarlo. Pero se me ha grabado para siempre su decisión de lucha. Me pareció en este aspecto un buen modelo a imitar.

Combate también tú contra la enfermedad; sin desaliento. Deja tus preocupaciones en el corazón de Cristo. Ponlo todo en sus manos. Te hará mucho bien. Y colabora con los médicos. Evitarás, eso sí, las preocupaciones inútiles. Por mucho que caviles y temas, la realidad sigue siendo la misma, y no conseguirás por ese camino cambiar tu situación. Si acaso, tornará a peor. Tú colabora y lucha, pero dejando en manos de la Providencia el resultado.

¡Qué bien viene al enfermo repetir aquellos versos de San Juan de la Cruz: "Quedéme y olvidéme, - el rostro recliné sobre el Amado; - cesó todo y dejéme, -d dejando mi cuidado - entre las azucenas olvidado." Por encima de todos nuestros anhelos e ilusiones, se encuentra la voluntad de Dios. Esta idea a todos nos debe tranquilizar. Él es Padre y "no va a permitir que seamos probados por encima de nuestras fuerzas". No pretendamos la salud corporal como supremo bien. Dios es el único Bien soberano. Con Él triunfaremos. Abandonarse en su Providencia, después de haber puesto de nuestra parte todo lo posible.

A ningún enfermo he conocido agravar por el hecho de entregarse a la Providencia de Dios. todo lo contrarío. Con razón decía San Pablo: "Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que me consuela en todas mis tribulaciones, para que podamos consolar nosotros a todos los atribulados." (2 Cor. 1, 3-4) Sí. Luchar. Buscar en Dios nuestro apoyo. Y ser paño de lágrimas para tantos enfermos y sanos.