Reflexiones desde la debilidad

¡Lo que hace el amor!

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

Ahora los novios lo tienen bastante fácil para visitar a sus prometidas que viven en distintas poblaciones. Pero basta remontarnos a la primera mitad de este siglo XX y las cosas cambian. Conozco a un hombre mayor que decía: "Para ver a mi novia no tenía más remedio que aguardar a los meses en que los días son largos. Cogía la bicicleta y marchaba pedaleando durante cuatro horas a unos cien kilómetros de distancia. A veces me caía encima una tormenta. Pero nada me importaba. ¡Lo que hace el amor!"

Y es verdad: cuando se quiere de verdad a alguien no importa el sacrificio. ¡Que lo digan las madres acostumbradas a pasar noches enteras junto a sus hijos enfermos!

Cuando mis alumnos se quejaban del frío, les solía poner esta comparación: Si tuvierais que ir a cobrar un millón de pesetas por un décimo premiado, ¿a que no os importaba sufrir un poco el frío?

El amor a la novia; el cariño por el hijo; el deseo de dinero parece que nos vuelven insensibles a los sufrimientos normales.

¿Y el amor a Dios?

Tal vez no lo sepas, pero llegas a sospecharlo, por qué los grandes santos pedían a Dios sufrimientos e incluso desprecios. Lo hacían porque amaban mucho a Jesucristo. No les cabía en el alma que mientras Jesús padecía por salvar al mundo, ellos hubieran de estar nadando en las comodidades y placeres. Por eso, todo su afán consistía en suplicar "dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado." Una por una buscar lo difícil, lo que cuesta, para demostrar su amor. Así obran los santos.

Ahora te ha llegado la prueba. Nunca hubieses elegido tú para demostrar el amor a Dios una enfermedad o los achaques de la edad superadulta. Ahora te encuentras en estas circunstancias. Procura sonreír en tu interior. Haz un esfuerzo por decir, aun sin ganas, "Señor, te lo ofrezco por tu amor. Que mis sufrimientos sirvan para completar lo que falta a la pasión de Cristo."

El Padre nos espera en las mansiones eternas. Si en el camino hemos de sufrir el dolor de las espinas, no importa. Más grato será el encuentro eterno con Él.

Comenzar a amar es empezar a sufrir. Así es el dicho popular. Tal vez, si llega el dolor, te vengan ganas de decir: "Pues prefiero no amar para no sufrir." Eso es el primer movimiento en el enfermo. Pero la gracia de Dios actúa. Él sabe cuánto quiere de ti. Déjate conducir por Él. Ponte en sus brazos y di: "En ti confío." Y lucha contra el dolor. También Jesús lo hizo. Pero mientras llega el remedio ofrécelo con amor. Es sabia práctica cristiana.