Reflexiones desde la debilidad

Hoy con Juan de la Cruz

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística                  

     

Desde hace casi ya cuatro lustros, todos los veranos nos reunimos un grupo de amigos durante cinco días para hablar entre nosotros de las cosas de Dios; de lo que más nos ha impactado durante el curso con relación a nuestra vida espiritual. Oramos juntos y en particular. Una especie de retiro acompañados. Merece la pena.

Recuerdo ahora el acto de entrada al retiro de hace algunos años. Tomó uno del grupo el libro de San Juan de la Cruz, "Cántico espiritual", y comenzó a leer la introducción: "Cayendo el alma en la cuenta de lo que está obligada a hacer, viendo que la vida es breve, la senda de la vida estrecha, que las cosas del mundo son vanas y engañosas, que todo se acaba y falta como el agua que corre, conociendo la gran deuda que a Dios debe en haberle creado para sí... y que gran parte de la vida se ha ido en el aire, con ansia y gemido del corazón herido ya del amor de Dios, comienza a invocar a su amado y dice: ¿Adonde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido."

Bellísima, sí, la introducción del Cántico Espiritual. Asombra, estimula, enaltece y al mismo tiempo anonada, cuando San Juan reflexiona sobre su propia indigencia. Merece la pena copiar esas líneas, guardarlas en la agenda o en el billetero y de vez en cuando leerlas para la propia reflexión.

Los días largos o cortos de la enfermedad constituyen una gracia actual de Dios: un tiempo para rumiar con lentitud estas consideraciones y versos del poeta de Fontiberos. Aprovecha los momentos de relativo bienestar durante el día; desconecta la radio o el televisor; aleja de ti las revistas de noticias o chismorreos, y lee una o varias veces la primera parte de este artículo escrito para ti. Verás cómo van calando en tu alma las palabras de San Juan de la Cruz. Notarás un nuevo amanecer en tu corazón: el deseo de conversión. Buscar a Dios, aprovechar la verdad el resto de tus días. Habla entonces con Dios de corazón a corazón. Llama, si te parece, al sacerdote y dile cuanto ocurre en tu alma. El perdón de los pecados y la Eucaristía, recibidos con fervor en el tiempo de tu enfermedad, darán bríos a tu alma y encontrarás a Aquél que "como ciervo huiste habiéndome herido".

El nos acompañe hasta el final de nuestros días. Él nos guíe en este año nuevo, en este siglo nuevo, en este tercer milenio. Él nos acoja en su Reino cuando nos llame.