Reflexiones desde la debilidad

¿Enfermo marginado?

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística               

     

Durante muchos años María Luisa había sido la auténtica Marta del Evangelio, tanto en el hogar, como fuera de él. Con ritmo casi nervioso realizaba los quehaceres, atendía a los hijos, traía de la calle cuanto necesitaba la familia. Colaboradora eficaz de la parroquia, a todo llegaba: desde la limpieza del templo hasta cobrar recibos de los contribuyentes a la causa económica. Pero todo se le vino abajo en pocos años. La enfermedad de Parkinson fue agarrotando implacable sus miembros, y aunque no perdió del todo el movimiento, limitó en mucho sus posibilidades. Su vida de relación quedó casi anulada.

- Soy enferma marginada, comenzó a decirse a sí misma. Y la tristeza embargó su corazón. Empezó a quedar su personalidad como derrumbada. Hasta que logró reaccionar.

Estoy seguro, querido amigo, de que podrás aprovechar el raciocinio de María Luisa. Helo aquí: Ahora puedo mucho. Más que cuando estaba sana del todo, porque entonces me ocupaba en demasiados asuntos y "quien mucho abarca, poco aprieta." Ante todo adoro a la Providencia de Dios que me ha puesto en esta situación porque me ama. Estoy segura de que desea lo mejor para mí. ¡Es Padre! Ahora permanezco oculta como las raíces de los árboles, pero mi acción en la Iglesia produce la savia que ha de nutrir a tantos apóstoles para que logren extender el Reino.

Y no sólo puedo rezar; también hablo hoy por hoy sin dificultades perceptibles. Voy a llamar a Carmen que perdió hace poco el marido, y a Luis y a Rosa y a... Hace tiempo debiera haber iniciado una relación con estas personas, mucho más necesitadas que yo. Intentaré compartir sus problemas. Todos necesitamos de alguien con quien desahogarnos. También ellos. El teléfono es un medio extraordinario y para utilizarlo necesito salir de casa. Empiezo a encontrarme marginada porque no hablo apenas con nadie; porque me he encerrado demasiado en mí misma en la propia compasión. Si me preocupo de estas y otras personas, seguro que en más de una ocasión han de venir a visitarme. Yo misma he de salir beneficiada a corto plazo. Además, ¿no he dicho muchas veces a mis hijos que la manera mejor de solucionar la propia angustia, es precisamente preocuparse por favorecer a los demás?

Por otra parte - estoy convencida - la gente es más sensible de lo que parece. Tan sólo se necesita entreabrir la puerta. No cerrarla a cal y canto.

Y si todo esto me resultara imposible, siempre me quedaría el recurso de dedicarme a la meditación como los eremitas del desierto. Será una señal de que Dios traza mi senda por estos derroteros. Los santos siempre han buscado la soledad. Confío, pues, en el Señor.

¿Verdad que se encienden muchas luces al razonar así?