Reflexiones desde la debilidad

Encontrar la fuerza perdida

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística                  

     

De niños lo aseguraban nuestros compañeros: Los frailes cartujos no hablan nada; cuando se levantan por la mañana pronuncian sólo tres palabras, siempre las mismas, y hasta el día siguiente el silencio más completo. El Padre Superior reúne a toda la comunidad y les arenga así: "Hermanos, morir tenemos." Ellos responden a coro: "Ya lo sabemos." ¡Las tres únicas palabras Pero aquí no terminaba nuestra imaginación infantil, porque a continuación los monjes se dirigían a un terreno incultivado con el azadón al hombro. Cada uno era propietario del suelo necesario para una sepultura. Allí daban un azadonazo para ir cavando día a día su propia tumba. Así nos parecía a nosotros. Y nos quedábamos tan anchos contando estas "maravillas". A nadie se le ocurría sospechar que se trataba de una fantasía infantil.

Pienso ahora que no es bueno lo macabro; y menos cuando se trata de una vocación religiosa o de nuestro destino eterno. Está bien y es necesario meditar en los novísimos; da sabiduría, entereza de ánimo, confianza en Dios, y fundamenta la humildad. Pero hemos de quitar a nuestra meditación lo que pueda conllevar de morboso o terrorífico.

Bellos y llenos de profunda fe aquellos versos de Pemán en el Divino Impaciente: "No te acuestes una noche sin tener ningún momento meditación de la muerte y el juicio, que, a lo que entiendo, dormir sobre la aspereza de estos hondos pensamientos, importa más que tener por almohada piedra y leño."

Y estas consideraciones sirven no solo para personas enfermas, también para quienes gozan de buena salud. Para todos. Poner toda nuestra esperanza en Dios cuando meditamos verdades tan profundas. Él ha de ser nuestra fortaleza. Él nos irá guiando por senderos de verdad, de paz y amor a la justicia, para conducirnos a la vida eterna. No es necesario representarnos escenas macabras para ser conscientes de nuestro destino futuro, que esperamos dichoso. La debilidad propia debe ser camino de fortaleza y serenidad.