Reflexiones desde la debilidad

Curado de depresión

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística               

     

A lo largo de los años me ha correspondido ayudar en bastantes ocasiones a diversos compañeros y amigos en crisis depresivas. Queriendo refundir en unos párrafos las distintas experiencias, utilizo la primera persona. Así tendrá un poco más vida:

Ni sé cómo ni porqué dio comienzo mi depresión. Tal vez por algún cambio en mis rutinas de trabajo, o por algún desengaño, o por la monotonía de la vida. No lo sé.

Todo me hastiaba. En ninguna ocupación encontraba gusto. A veces lloraba sin saber por qué. ¡Siempre triste! Por ninguna parte veía solución: ni en la familia, ni en los amigos, ni en mis anteriores entretenimientos favoritos. Todo negrura y tinieblas. La muerte se me antojaba como liberación. Pero mis principios religiosos no me permitían acariciar esta posibilidad. Cuando pensaba en mi situación con paz, me parecía fuera de razón aquella tristeza sin fin. No existían motivos válidos para encontrarme hundido y sin esperanza. Durante bastantes meses permanecí como postrado. Mi único entretenimiento, sentarme junto al televisor y fumar. Pero ni siquiera me enteraba de lo que ocurría en el mundo, a pesar de permanecer todos mis ratos libres junto a la fuente de noticias.

Acudí al médico. Con su ayuda al menos podría dormir por la noche. Pero fue más que nada el contacto con un amigo bueno, espiritual, lo que me ayudó a superar aquel bache oscuro de mi vida.

Primero fue tomar contacto de la realidad. La depresión es una enfermedad superable: como un lumbago de varios meses o una bronquitis, aunque de distinta categoría. Por supuesto, en cierto sentido incluso más fácil de curar. Este fue el punto primero de mi consideración.

Luego vino la parte espiritual. Dios permite mi estado de ánimo patológico como un lugar de purificación interior. Para que me dé cuenta de la relatividad de los placeres, ocupaciones e ilusiones de esta vida. Todo pasa. Sólo Dios permanece. Me sentiré, después de que pase la tormenta, más despegado de mis adherencias a las cosas mundanas. Como vacío. Recibir este desengaño no es malo. Sí es perjudicial la tristeza que lo acompaña. Ésta se irá superando poniendo por completo mi confianza en Dios.

Reanudar de nuevo la oración, aunque no me sienta atraído. Comenzar haciendo vida normal aunque me resulte cuesta arriba. Ofrecer estas tristezas al Señor como medicina reparadora de mis antiguos apegos.

Por fin, mi tercer punto fue la decisión. Me comprometo a dar cuenta por escrito a mi amigo cada quince días de cómo realicé mi plan de vida: oración, reflexión, ocupaciones convenidas, paseos con ritmo de respiración, lecturas...

Mi confianza en el método y fidelidad en cumplir aquellos compromisos junto al amor propio de no verme al descubierto ante mi "director y amigo", lograron en unos cuantos meses mi curación total. Fue lenta. De vez en cuando veía en mí como islas de alegría. Al fin llegó el océano de calma y felicidad relativa. Me encuentro como nuevo. Reconfortado. Con fervor cristiano. Más desengañado de lo caduco, y del todo centrado en lo que nunca perecerá. Demos gracias a Dios.