Confidencias a un amigo sacerdote o religioso

Seguir a Jesús

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística                  

     

¡Cuánta agua ha corrido por el río desde que me entregué pro primera vez a Jesús! El tiempo todo lo desgasta. Perseverar con el mismo fervor parece imposible. ¿Quién nos iba a decir en nuestros años de formación que también nosotros íbamos a ser burgueses, funcionarios de la religión, convencionales en todo? Y Jesús es hoy el mismo que entonces; y su llamada tan diáfana como el primer año de mi conversión.

Simplemente para comenzar el camino de la vida interior, fue necesario tomar la cruz y seguir a Jesús. Desasirse de todo género de contentos, como quería santa Teresa de Jesús. Porque "ya no somos nuestros sino suyos"; dejamos de pertenecernos. Y en este sentido de cosas no podemos servir ya a dos señores: nuestro cuerpo - capricho y el Señor. Esto fue válido entonces, y lo siegue siendo ahora.

A mí no me cuesta entender esto. Y creo que ya es un paso muy importante para lanzarse por el buen camino. Me cuesta practicarlo. No sé si te sucederá algo parecido. Quisiera ayudarnos mutuamente en este sentido. Porque caminar por la senda de la oración (no somos tan principiantes), y buscar en todo o en casi todo satisfacciones personales, es una manera de andar con pasos de hormiga o de babosa.

Hoy por hoy lo que nos detiene, al menos por lo que a mí respecta, en la marcha hacia Dios son los apegos. Es muy difícil despegarse de lo que nos ata y nos gusta. A veces pienso que son drogas no sólo las tradicionales, sino también mil y mil caprichos de los que no acertamos a desprendernos.

¡Qué difícil despegarse de esta liga que nos ata las alas para volar! Y es necesario esforzarse. He pensado mucho el modo de desprenderse de estos ligamentos. Se me ocurre la oración, pero no a secas, sino con pequeños sacrificios, para mover el corazón de Dios hacia nosotros. Aquello repetido tantas veces por el padre Nieto: Dadnos, Señor, el don de abnegación.

Pero todo esto con paz. Con mucha paz. Con el corazón gozoso, generoso, sin depresiones. Para ello pedir con humildad al Señor.