Confidencias a un amigo sacerdote o religioso

No a la gloria del mundo

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística                  

     

No sé si te ocurrirá lo mismo: En el fondo del corazón siempre encuentro el deseo de ser apreciado, considerado un poco por encima de otros muchos. Es algo que vengo reprimiendo con frecuencia, y vuelve a brotar en el fondo de mi ser cuando menos puedo sospecharlo. Porque mi convicción es clara: la gloria del mundo no sirve para nada. Y si de verdad me necesitan para algo, me encontrarán. Mientras tanto, escondido, y a ser eficaz desde mi puesto de trabajo.

El Evangelio me parece claro en este terreno. Querían elegir Rey a Jesucristo y El no lo consintió. Cualquiera lo hubiera escogido en su lugar. ¡Cuántas veces he pensado en el desprecio de El a los cargos de este mundo! Nos enseñó con el ejemplo de su vida a no admirar ni atender lo que brilla en este mundo, sino a marginarlo, a mirarlo como risa y comedia. Al fin y al cabo, quien aprecia en exceso lo de aquí, no admirará lo del cielo.

Yo quisiera aprender esta lección de nuestro Maestro: despreciar y no desear el honor de los hombres. Al fin y al cabo hemos sido honrados con el mayor de los honores: ser hijos de Dios, miembros vivos del Cuerpo Místico de Cristo, imagen viva de Dios. Aceptar el verse limitado y pobre como la mayoría de las personas sencillas.

Siempre me han impresionado, y algunas veces te he hecho referencia, las grandes pruebas de muchos santos. Recuerdo haber leído de San Alfonso María de Ligorio: padeció escrúpulos de conciencia durante mucho tiempo. Junto a ello tentaciones contra la fe. El solía decir: "Creo, Señor, creo; quiero vivir y morir hijo de la Iglesia." Incluso siendo anciano experimentó tentaciones de la carne; sentía los ardores de la juventud. Con frecuencia hemos de luchar contra estas tendencias del amor propio: deseo de ser considerado en mucho; anhelo de no ser como los demás hombres. Las personas que aspiran a la perfección de una manera o de otra han de sufrir pruebas diversas.

En estas circunstancias y en otras parecidas en lo sucesivo, conviene avivar nuestra fe. Es el Señor el que de modo muy distinto al que nos imaginamos va guiando nuestros asuntos y nuestra vida. Creerlo firmemente. Pensarlo incluso cuando se desbaratan nuestros mejores planes; cuando se oscurece el fervor en la oración; cuando se destruye nuestra salud; cuando no tenemos ganas de nada. Conservar en estos estados la confianza en Dios.

A veces sufre uno al encontrarse marginado. Pero si pensamos en estas ideas, llega la paz y la calma del alma. La comedia acaba pronto.

Sí. Vamos a trabajar por evitar nuestras faltas, pero sin pretender conseguirlo en un sólo día. Dejemos en manos de Dios la hora de vernos libres de nuestras faltas, pero vamos a seguir en esa lucha confiada para llegar hacia Dios.