Confidencias a un amigo sacerdote o religioso

Soledad deseada

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

Me acuerdo de mi profesor de Filosofía. Solía decir: "Cada día amo y aprecio más la soledad. Por la noche, junto a mi libro de lectura espiritual experimento una tranquilidad de Tabor. No me extraña que los santos pasen la noche en oración. Yo no llego a tanto, pero sí me quedo en una paz sabrosa durante media hora o más. Procurad aficionaros a estos ratos de soledad enjundiosa. Serán para vosotros lo mejor de la jornada."

Y, sin embargo, ¡cuántas veces constituye una tortura para muchos, esa soledad, delicia de personas avezadas en una mayor intimidad con Dios! Los santos la han amado. El retiro aislado del mundo es clima inmejorable para el encuentro con el Señor. Para sacar fuerza de él, en medio de la agitación de la vida, siempre debiéramos nosotros escaparnos a ese fondo de nuestro corazón, a esa celda interior del alma, a ese sagrario viviente, para adorar durante unos momentos a Dios, "la parte de nuestra herencia". Esa soledad sería fecunda, fortaleza del hombre o mujer entregados a obras de apostolado.

Horas felices podemos pasar en ese retiro interior. Tal vez ayudados de un libro subrayado; tal vez escribiendo algunos pensamientos... ¡Qué bueno dedicar algunos ratos libres a esta quietud más intensa! El Domingo, el día del Señor, constituye la jornada ideal para muchos. Debiéramos sacar todas las semanas algún rato para esta soledad íntima. Es el momento también de ir colocando en manos del Padre tantos y tantos proyectos; tantos amigos y familiares a quienes amamos, tantas necesidades de nuestro apostolado y de la Iglesia entera.

El tiempo pasa con una rapidez enorme. Y desearemos que pronto llegue otro rato la semana siguiente o antes. A veces no llego a comprender que los santos desearan ser despreciados. ¿De dónde sacaban fuerza e ilusión para estos anhelos? De esos largos ratos de intimidad con el Dios, alegría de su juventud. Comenzaron por aceptar la vejación, marginación o desprecio; lo aprovecharon; más tarde su identificación con el Maestro que les robó el corazón, les impulsó a desear dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, humillación, todo para ser uno con Dios. Tomaron en la soledad la medicina providencial enviada por Señor, para sanar el orgullo; después todo resultó sencillo en su identificación con Cristo.

Si mantenemos nuestra atención puesta en Dios continuamente, ¿qué más nos da el desprecio de un mortal? Es como si uno, millonario por azar, se quejara del frío o del calor o de algún mosquito impertinente, mientras caminaba a adquirir propiedad de su tesoro. ¡Bendita soledad, riqueza de las almas elegidas de Dios!