Confidencias a un amigo sacerdote o religioso

Intimidad con dios

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

Cuando leo las Moradas de Santa Teresa, me dan santa envidia las personas que llegan a esa intimidad divina de las últimas moradas. Desde la altura de Dios contemplan todas las cosas y actúan dejando su sello en todos los caminos de su obrar diario.

Personas que nunca salen de la presencia de Dios. ¡Quién pudiera! Se entregan a los trabajos con toda actividad, pero no pierden el contacto con el Amado en ningún momento. Destaca en ellas la muerte casi total del propio "yo". Aman a Dios con amor purísimo pero sin renunciar a la esperanza del cielo porque sería renunciar al gran Amor; eso sería imposible. (En este sentido no entiendo ahora cómo a los creyentes nos llaman egoístas porque esperamos. No hemos de esperar la lotería, sino el gran Amor.)

Estas personas llenas de Dios lo siempre en el prójimo. ¡Cuánto nos cuesta a veces! Y le aman con una ternura inmensa. En ellos actúa Dios mismo amando. Incluso gozan de privarse de las cosas útiles para darlas a sus semejantes. Así viven muchos la intimidad con Dios.

Hace ya varios años leía las obras completas de San Juan de la Cruz. Después todos los años repito lo subrayado. Estimulan y animan, aunque a veces se vislumbran cumbres del todo imposible de escalar.

Una imagen que usa él, la recordarás, es la del fuego y el madero. La aplica a nuestra alma. Dios es el fuego. El madero primero se calienta (calorcillo de los primeros consuelos); luego desprende la humedad (lágrimas duras de las purificaciones pasivas); desprende humos (mayores pruebas); se convierte en fuego (unión íntima del alma con Dios; matrimonio espiritual).

Yo veo la imagen muy lograda. El proceso de nuestra entrega a Dios es lento, costoso, cuesta arriba. Pero nos aguarda El para unirse del todo a nosotros. Y este es nuestro fin, nuestra meta.

Rehuimos el dolor y las pruebas. Si no pasamos aquí todo cuanto debemos, en la otra vida lo sufriremos. En la unión total con Dios no puede haber nada sucio e impuro.

Quisiera para nosotros en esta vida gustar ya de la mutua entrega a Dios. Que haya plena comunicación de bienes entre Dios y nosotros. Así como en el matrimonio bien avenido existe la total comprensión y comunicación de bienes, así también en nuestra relación con Dios. De hecho estando en gracia el alma es verdadera esposa de Dios. Pero solamente en las grandes alturas de la unión transformante se tiene conciencia experimental de ello.

Todos debiéramos llegar a estas alturas. "Sed perfectos", nos dijo Jesús. ¿Qué hacemos si no trabajamos para llegar a este nuestro fin principal? ¿Cuáles son nuestras ocupaciones? No tenemos tiempo. Esa suele ser nuestra excusa. Pero luego perdemos horas y horas viendo la televisión, o charlando de cosas intrascendentes. Debemos descansar. Y no nos damos cuenta: las delicias de Dios son estar con nosotros. ¿Qué mejor descanso que estar cerca a Jesús en el pozo de Jacob, junto al Sagrario?