Confidencias a un amigo sacerdote o religioso

Hambre de Dios

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

Desde hace tiempo, te lo he dicho más de una vez, tengo hambre de Dios. Cuando llega el adviento y después la Navidad es justo que se afiance el hambre y la sed de Dios. Es una gracia actual continua y muy grande. Temo no saber aprovecharla. ¿Cómo se lo agradeceré al Señor?

Tú también disfrutas de esa hambre de Dios. Vamos a fomentarla y sobre todo a saciarla en la oración, en la Eucaristía, en las fuentes de agua viva, en nuestras visitas al portal de Belén.

Que hoy día nos dejamos llevar por la prisa; siempre estamos ocupados con algo, y corremos peligro de no disponer de tiempo para saciar esa hambre. Y lo malo es: podemos volver a caer en la anorexia de Dios, en la falta total de hambre divina. Impresiona la adolescente débil, esquelética, a punto de morir, y rodeada de alimentos y bienestar. Mayor sería nuestra desgracia de millonarios de los dones del Señor, y muriendo de inanición por carecer del deseo de saciar nuestra necesidad de trascendencia.

¡Bendito seas, Señor, que nos regalaste la afición a ti! ¡Venturoso aquel atardecer del verano en la iglesia solitaria, cuando las golondrinas enviaban al Creador los últimos trinos de la jornada! Allí brotó para siempre en mi alma el hambre y la sed de ti. ¿Cómo te lo agradeceré?

El otro día, amigo, marché a confesarme. Me preguntó el sacerdote cuál era el motivo de mi mayor agradecimiento al Señor. Le respondí: "¡El hambre de Dios que me regaló desde los días lejanos de mi juventud!" - "Pídele aumento de esa hambre", me respondió. Sí, amigo, la suplico para mí y para ti que me escuchas. El Padre de la misericordia nos conceda esta gracia. Así marcharemos por el mundo con el temple de los grandes apóstoles, y las gentes alabarán el nombre de Dios.

La prisa es un obstáculo y otro es la distracción de los placeres modernos: del periódico, de la televisión y de charlas para matar el rato.

Nada hay comparable como disfrutar de entendimiento y voluntad puestos en Dios el mayor tiempo posible. Entonces, sí, encontramos momentos de intimidad con él. Los santos después de sus actividades externas, han sabido volver a la charla amorosa con el Dulce Huésped del alma. Mirando a Dios, fuente de todo amor y belleza, se quedaban arrobados en espíritu. Y luego, ¡qué efecto produce su palabra y su acción cristiana! ¿Por qué no imitarles?

Que en estas fiestas natales se afiance en ti más y más el hambre de Dios