Confidencias a un amigo sacerdote o religioso

Guardarnos para el

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

Qué "negocio" tan fabuloso el mío: a cambio de la renuncia a mi amor propio, Dios se me da mí; se pone en mi alma y me llena de vida con su mismo amor.

El amor propio es el mayor enemigo del amor de Dios. Por eso voy a luchar cada vez más contra este amor propio; cuántas malas partidas me va jugando a lo largo de mi vida.

No me pertenezco a mí mismo, sino a Dios; por eso debo vivir en todo momento según el querer de Dios. Debo darme a Dios en cada momento de mi existencia. Y si caigo en alguna falta dominante, de mal genio, de impaciencia, de pereza o crítica, no quedarme inmóvil todo el día. Levantarme con sencilla humildad. Admitir mi pequeño error. Que soy de Dios y a El he de volver.

Amo a Dios, pues he de estar a su disposición, a su servicio. Como la esposa amante de su marido; como el marido enamorado de su esposa. Como el empleado fiel que tiene parte en la empresa del amo. Saber guardar la imaginación, la vista, el oído. Este es un problema para mí importante. La ventana de la disipación está en los sentidos y en la memoria. Ya leía hace tiempo en San Juan de Avila: "No es cordura mirar lo que no es lícito desear".

Una de las señales de corazón recogido es la mortificación de la vista. ¡Y cuánto cuesta! No sé si te sucederá lo mismo. Poco a poco me voy superando. Si no ponemos freno a la disipación, a la larga se va haciendo pesado lo de Dios. Hemos visto personas ancianas, próximas ya a dar el paso de esta vida a la otra, muy metidos en vicios absurdos: lotería, juego, alcohol... Han olvidado las fuentes vivas de su primera conversión.

Lo has observado: muchísima gente vive olvidada y alejada de Dios. Sobre todo en la juventud. Siguen la mentira, la increencia y piensan que ellos saben vivir. "Pasan" de toda trascendencia. Están en el error y encima en el fondo nos desprecian. Ser amado de Cristo y ser despreciado por el mundo suelen ir muy frecuentemente unidos. No debemos desanimarnos.

Ya leemos en el Evangelio: quienes son del mundo no prestan oídos a las cosas de Dios. A ver si tú y yo practicamos la inversa: cerrar los oídos a las cosas del mundo. Vamos a procurar reservar nuestro corazón en secreto para el dulce Huésped del alma. Allí pasaremos con El nuestros mejores ratos. Y lo mejor: después se desea cumplir más a la perfección la voluntad de Dios. Enfrascarse en la oración y lectura espiritual bien escogida es, además de un medio de santificación extraordinario, un relax para el espíritu e incluso para el cuerpo.

Si queremos gozar de la oración, guardarnos del todo para Dios, hemos de trabajar por adquirir el llamado recogimiento en vida espiritual.