Confidencias a un amigo sacerdote o religioso

Escondido en Dios

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

También la vida en el mundo tiene una gran ventaja. Mi padre y amigo en la fe, Don Miguel Sola, del que abundo en "Ejemplos de vida", vivió en el mundo, treinta años escondido con Cristo en Dios e influyó en su entorno tanto o más que siendo párroco o vicario general. Podemos influir con nuestro ejemplo y con nuestra palabra. Esa es la gran alegría. Podemos colaborar con Dios para la extensión de su Reino.

La pega es: el contacto con el mundo nos distrae de nuestra ocupación más importante: Estar con Dios a solas.

Algunas veces, cuando me encuentro solo digo: alma mía escóndete ahora en Dios, adéntrate en Él. Haz algo para no olvidarte de Él durante todo el día. Qué hermoso hundirse en el seno de la Trinidad. Ofrecerse y entregarse al Padre, Hijo, Espíritu Santo...

Imagino a Dios algo así como el Uiverso entero, sin superficie, sin fondo, sin dimensiones... y dentro de esa inmensidad hay como un rincón de su amor, donde Dios nos acoge, nos quita todo el temor que puede producirnos esa grandeza, nos oculta esa inmensidad para no asustarnos. Me gustaría estar siempre atento en la oración para abismarme en esa infinitud paternal. Pero muchas veces mi oración se reduce a "barrer distracciones".

Y sin embargo, en teoría qué sencillo es todo. Nada hace la tierra cuando llueve sino recibir el agua. Así debiera estar yo en la oración. Pero cuánto ejercicio de recogimiento es necesario hacer antes.

¡UNA PALABRA CLAVE: VIDA INTERIOR!

Qué difícil resulta ahora la vida interior. Todo invita a lo contrario. Las comodidades, la distracción de la TV, espectáculos y cines, tertulias, erotismo... Y sin embargo, según pasan los años, cada vez más me doy cuenta: todos estos pequeños placeres pasan y no merece la pena detenerse en ellos. Pero, ¿cuándo me daré cuenta de verdad?

A veces nos engañamos a nosotros mismos con eso de "la cultura general" para probar muchos placeres, viajes, descansos y vacaciones, y luego no queda tiempo para la oración y lectura reposada. Por otra parte estoy convencido de que la fecundidad del apostolado proviene de la vida interior. ¿Cuándo me voy a dedicar del todo a la oración y a la mortificación?

Y suelo leer: todo el que quiere ser santo de verdad, llega a serlo. Dios no nos abandona en estos deseos de perfección. Al revés; nos ayuda y da abundancia de gracias.

La vida del cristiano, del sacerdote es la oración. Pero por nuestra afición desmedida a tantos placeres y cosas, se nos hace insoportable, a veces parece un tormento. Con frecuencia lo más desagradable de todo el día. Por eso la dejamos con facilidad. Claro, si esto nos ocurre, nos falta el verdadero amor, la total entrega.

Dios mío, dadme el don de oración. "Señor, enséñanos a orar". Por esta petición debemos empezar. Todo esto me propongo a menudo. En ello veo no sólo el mérito para la otra vida, sino incluso la felicidad en ésta. Cuanto más cerca estamos de la voluntad de Dios, más felices somos; mayor es nuestra paz.