Confidencias a un amigo sacerdote o religioso

Con esperanza

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

Ya me lo decía mi madre desde pequeño, cuando llegaba a casa llorando porque el maestro me había castigado al no haberme aprendido bien el catecismo: "Hijo, no te desanimes; hay que tener esperanza; verás cómo si insistes, te entra la lección en la cabeza". Y tenía razón.

Confieso que me ha costado aprender bien la lección pedagógica de mi madre. La esperanza durante muchos años ha sido para mí un poco como la cenicienta de las virtudes teologales. Pero conforme pasa el tiempo, cobra un valor mucho mayor. Esperanza, sí, lo trascendente, lo del más allá, nuestra Patria del cielo con Dios. Qué consecuente San Juan cuando nos dice que los que tenemos esperanza en Jesús, limpiamos nuestras faltas porque Él es limpio. La esperanza hace que deseemos vivir para santificarnos, para purificarnos cada vez más porque Dios es santo. Y vivir con el ideal de animar y dejarnos animar por los amigos en este sentido.

Y ¡qué bien viene hacer caso al consejo materno para empezar ya como símbolo por la esperanza humana! Yo creo que Dios en su Providencia nos pone el signo de la consecución de objetivos temporales para no desanimarnos en nuestra esperanza teologal.

Me gusta ahora mucho pensar en la virtud de la esperanza. Y siento no haber profundizado en ella a lo largo de mi vida como en otras virtudes. Vivir un deseo ardoroso, pero no amargo ni desesperado, sino confiado por las promesas de Dios.

Esto es siempre necesario en la vida, pero de una manera mayor cuando todo se convierte en tinieblas y desgana. A veces nos inunda la rutina, el hastío. Ofrecer a Dios como purificación esta circunstancia penosa y confiar en El. Esto me parece fundamental y lo suelo practicar. Vamos los dos a hacerlo así. En otras ocasiones la esperanza nos librará de la fascinación de las criaturas, nos ayudará a dejar tantos caprichos que nos quieren dominar. Los cristianos también gustamos lo bueno del mundo, pero todo ha de quedar relativizado. Las cosas de aquí no merecen la pena por buenas que parezcan.

Vamos a pedirle al Señor esa fuerza de la esperanza que nos convierte en santamente audaces. Emprender y continuar movimientos apostólicos aunque nos cueste. Seguir, seguir adelante, sin descanso. En Él confiamos.