Confidencias a un amigo sacerdote o religioso

Buscar la Gloria de Dios

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

Cuando leo en la lectura espiritual testimonios de personas santas, me quedo no sólo edificado, sino también con ganas de ser un poco más como ellos. Las almas enamoradas del Señor se afligen del olvido de Dios por otros, del poco aprecio hacia Él. Viendo este ejemplo debo aspirar a que Dios reine en todos los corazones.

Me siento como impotente al ser más valiente y lanzarme por todas las partes como un apóstol, lleno de celo y hambre de que Dios sea glorificado y amado por todo el mundo. Pido al Señor me dé un poco más de este gran amor de los santos. También lo pido para ti. Hemos de ayudarnos a ello.

Un medio muy bueno para aumentar ese amor que tenían los santos es ir descubriendo la presencia de Dios en lo íntimo de nuestro ser. Y ver un poco a las personas en esta perspectiva. Es una pena, al menos por lo que a mí respecta: cuántas veces no he mirado en mis semejantes más que su simpatía o antipatía; su ideología parecida o diversa a la mía. Lo verdaderamente importante es ver en todos su imagen de Dios. Y de nosotros depende en parte que vaya mejorando esa imagen.

Amar a Dios. ¿Te das cuenta de lo maravilloso que resultará? Es ofrecer lo pequeño de nuestra vida al Señor y recibir en respuesta al mismo Dios. Es también recibir la misma paz del cielo, aun en medio de las pruebas.

De qué manera más distinta se sufre cuando no hay esperanza y cuando estamos del todo centrados en el amor de Dios. Debo darme más a Dios. ¡Los dos entregarnos a Dios con mayor intensidad! Y hemos de ayudarnos a ello.

¡Qué santo sería yo ahora si siempre me hubiese dejado guiar por Él...! A mi edad muchas personas eran ya santas. San Juan de la Cruz ya había muerto antes de mi edad y San Francisco Javier. ¿Cuánto tiempo nos quedará de vida? Merece la pena vivir más a tope durante este poco tiempo. Y es poco porque ya ha transcurrido mucho más de la mitad; al menos por lo que a mí respecta.

Me pierde, querido amigo, el deseo de pequeños placeres y comodidades, la curiosidad, la pereza y desgana. Vamos a examinarnos un poco más a fondo y procurar mejorar.

Solamente Dios puede darnos su amor. Pero quiere que el alma a quien El se entregue, corresponda con su esfuerzo. Este es el gran problema de la santificación.

Para mí el amor no es una mera idea. Es ante todo un total ofrecimiento a Dios, para vivir por Él y para Él; para desgastarse del todo por su Reino, el bien total de todo el universo. Eso es el amor. Y no sólo un ofrecimiento de palabra, sino de hecho. Para esto no hacen falta muchos libros de ciencia; también los rudos pueden amar en cristiano de verdad.

Esto voy a pedir a Dios en la oración: su amor. Que pidan otros cosas terrenas, me parece bien; así se acuerdan de Dios, aunque sólo sea para esto; ya irán cambiando. Nosotros vamos a pedirle nos dé su amor, su conocimiento; nos dé fuerza para vivir siempre consagrados a su Reino; nos dé aprecio de la gracia santificante en nuestras almas y en las de los demás. Que toda nuestra atención vaya dirigida en este sentido. Que sea éste el único negocio de nuestra vida.