Confidencias a un amigo sacerdote o religioso

¡Bien derechos!

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística                  

     

Cuando era pequeño mi abuela me solía decir: vas a andar más derecho que una vela. Yo no sé si tendría razón o no. Pero sí es cierto: con relación a Dios he de procurar ir bien derecho hacia Él.

Para enderezar hacia el Señor nuestra persona entera es necesaria la renuncia. Y éste es el caballo de batalla, al menos por lo que a mí respecta. Le daré muchas vueltas a todo. Siempre llego a la conclusión: lo necesario de verdad es la renuncia. Es curioso. Vas logrando con mucho esfuerzo desprenderte de cosas adheridas fuerte a tu corazón, pero luego nacen otras y otras más. ¡Dichoso quien llega a conocer a fondo su corazón, para comprobar hasta dónde llega el amor propio!

Por eso los santos trataban con tanto amor incluso a quienes les hacían daño, y así lograron desasirse del todo de ese amor propio tan pegadizo. Pero el enderezarme debe ser también en mi relación con mis hermanos; que puedo tener un peligro en la vida de intimidad con Dios: abstraerme de tal manera que no me ocupe nada de cuanto me rodea. Esto deben evitar incluso los ermitaños, ¡cuánto más quienes vivimos rodeados de personas! Sí vamos a procurarlo: cuando salimos de nuestras actividades, regresaremos después a esta morada interior donde habita el Dulce Huésped del alma. ¡Y a mantenernos siempre en la paz, sin oleaje violento! Como una playa con olas mansas deshechas en la arena. Unidos en paz con Dios, entregarnos a nuestros semejantes.

Conviene nunca desanimarse por los fracasos de nuestra decisión firme. La perfección está más que en lograrla (por otra parte imposible), en aspirar a ella. ¿No te parece? Este dolor del alma al vernos imperfectos y pecadores es purificante. Miremos a Cristo abrumado por nuestros pecados en el huerto, y tengamos fortaleza. ¡Animo! ¡Hemos de seguir adelante! Nos suelen molestar las pequeñas caídas. A veces nos entran ganas de echarlo todo a rodar. Pero son a posteriori beneficiosas, cuando nos arrepentimos de ellas. Nos enseñan a permanecer humildes, de este modo ahondamos en nuestra propia santidad. El acto humilde de enderezarnos supone la acogida gozosa del Señor.

A veces tergiversamos las categorías de valores y nos molesta más una falta leve ridícula a los ojos de otro, que una grave cometida ocultamente. Y no debiera ser así. Por eso hemos de aceptar con gozo la penitencia inherente a la propia falta leve cometida en público. Eso nos va purificando. Nuestro amor propio humillado es garantía de que Dios ha enderezado hacia Él nuestro corazón.