Drácula

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Se la llevó hasta una esquina de la plaza y sujetándola con sus robustos brazos, le clavó los blancos colmillos en la base de su femenino cuello. Las tinieblas se apoderaron de la ciudad porque esa noche era luna nueva. El vampiro comenzó a libar la sangre juvenil, elixir de inmortalidad.
Para los mayores de 30 años, esto es lo que nos pasa por la mente cuando escuchamos hablar de los vampiros, engendros del inmortal Cónde Drácula, soberano de Transilvania. Pues resulta que nuestros jóvenes están leyendo y viendo en el cine una saga del nuevo vampiro llamado Edward. ¡Nada que ver con sarcófagos, sangre, cementerios y palacios inexpugnables! Los papeles se invirtieron como en Shrek y ahora nos presentan a un joven galán, refinado, amante de la música clásica, con un excelente gusto y para rematar, de buen corazón. Los vampiros de antaño eran malos, muy malos, los hodiernos no se sabe. Seguimos confundiendo los roles y en la primera película titulada “Crepúsculo” es la chica la que bailando con su amado Edward le pide que la muerda para transformarse en monstruo. El mal se presenta con ropaje de bien y nuestros jóvenes crecen cada día más confundidos. No nos extrañe que luego no sepan distinguir entre lo bueno y lo malo, lo bello y lo grotesco, lo noble y lo vulgar.