Flama u hoguera

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

En nuestra cultura resulta atractivo preparar un delicioso asado de carne de res a la parrilla. Se dice que los maridos tienen mejor sazón que sus esposas, pero lo cierto es que son ellas las que consiguen el corte y disponen de los aliños y utensilios, dicho sea de paso. Si el fuego se prepara rudimentariamente, se procede a colocar los trozos más grandes de carbón formando un círculo para que la flama respire. Pues bien, reflexionando en el proceso de dar vida al fuego, de lograr ascuas y tizones, se me figura que así es la vida del hombre. Cuando la flama es débil con cualquier cosa se apaga. Basta una tenue ráfaga de viento para extinguirla. Pero cuando la flama se enardece y toma fuerza, todo lo que le llega, lejos de sofocarla la aviva y la exaspera aún con más ímpetu. Cuanto más le soplas, más se enfurece. El viento son las dificultades de la vida que no dejan de visitarnos y probarnos. Si el alma es débil, caerá en depresión, angustia y derrotismo; pero si el alma es ardiente como una hoguera, lejos de darse por vencida se fortalecerá y sacará lo mejor de sí, con heroísmo.