El campo santo

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Este próximo domingo, fiesta de los fieles difuntos, los que aún conservamos la piadosa costumbre de visitar a los seres queridos que ya murieron, iremos al cementerio para orar, recordar y reflexionar. Unas flores sobre su lápida serán el signo de que aún viven y están presentes en nuestro corazón.  La muerte nos separa físicamente, pero el amor y la fe en Cristo nos volverán a congregar en un solo cuerpo. No se trata de un adiós definitivo, sino de un hasta luego.

El camposanto guarda muy distintos sentimientos. La orfandad prematura hace recordar a los padres como si fueran ángeles del cielo. La esperanza de un eterno abrazo y un poder exclamar: -Mamá, ¡no te imaginas cuánto te quiero!- es lo que más escuece en el alma. La viudez no evoca celestes sentimientos, pero sí reconoce el profundo vacío que el compañero dejó en su vida. Pero de todas estas realidades, la más dolorosa debe ser la de una madre que ha perdido a su hijo. Es tan profunda la pena que no existen palabras para expresarlo. ¿Cómo se le llama a esto? Quien tiene fe puede aceptar con paz la partida anticipada de un hijo al cielo.