El consuelo

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

¿Te has dado cuenta qué difícil resulta consolar al que sufre? Enseñar es relativamente fácil, lo mismo que reprender o aconsejar, pero dar consuelo se nos hace tan lejano que me atrevo a afirmar que es algo propio de Dios. Ante la angustia y las lágrimas ajenas se experimenta una gran impotencia, te das cuenta de que existe un límite más allá de lo cual, ya no tienes más qué ofrecer y lo único que queda esa tu presencia hecha un apretón de manos, un abrazo, a lo mejor un beso. Es casi imposible consolar al huérfano o al que enviuda. La pérdida de un hijo siendo joven, es aún más trágica. Pero así como descubrimos un límite en el consuelo, el abandono causa un mayor dolor: el hijo que olvida visitar a sus padres ancianos; el avaro que teniendo de sobra no extiende su mano al necesitado; el dar la espalda al amigo que fracasa; el alejarse del infortunado. Las omisiones y las ausencias también causan mucho daño: el no felicitar al que triunfa, el no agradecer al que te ayuda, el no acordarte de un aniversario.