Virginidad

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

En una sociedad liberal, resulta atrevido utilizar un título que me puede llevar al descrédito de la gente, porque si antes se exaltaba la pureza como un don del cielo, ahora se buscar perderla lo más rápido posible. ¡Tanto han cambiado los tiempos! Antes el peor insulto para un hombre era gritarle marica y ahora se presume de serlo. ¡Vaya por Dios! Mira y contempla lo que una gitana de quince años le dice a un mozuelo que pretende seducirla regaladamente: “Yo, señor caballero, aunque soy gitana, pobre y humilde tengo un espíritu que a grandes cosas me lleva. Sé que las pasiones amorosas en los recién enamorados son como ímpetu que hace salir a la voluntad de sus quicios. Si alcanza lo que desea, mengua el deseo con la posesión de la cosa deseada y abriéndose quizá entonces los ojos del entendimiento, se viene a aborrecer lo que antes se adoraba. Una sola joya tengo que la estimo en más que la vida, que es la de mi virginidad. Flor es la pureza que se ha de conservar, pues cortada la rosa del rosal ¡con qué facilidad se marchita! Este la toca, aquel la huele, el otro la deshoja y, finalmente, entre las manos rústicas se deshace. Si vos, señor, por sola esta prenda venís, no la habéis de llevar sino atada con los lazos del matrimonio, que sólo a este santo yugo se ha de inclinar”. Cervantes, ¡quién más! Por algo los clásicos nunca mueren.