Rebelión de la granja

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

El inminente viaje del Papa Juan Pablo II a Toronto y México ha vuelto a poner en evidencia tanto su delicado estado de salud como su tesón para seguir dando la vida por Cristo y por su Iglesia. Se vuelven a disparar las críticas sobre la conveniencia o no de seguir viajando, la cansada polémica sobre si debe dimitir de su pontificado y un centenar de aburridas acusaciones más. Sin embargo, lo que muy pocos saben, es que la fuerza que mantienen al Papa en pie de lucha no nace de una terquedad humana o de una actitud masoquista; nace de las palabras que Cristo dirigió a san Pedro a orillas del mar de Galilea después de resucitado, cuando una vez perdonada su triple traición, el Maestro le dijo: “Te aseguro Pedro que cuando era más joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas adonde querías; mas, cuando sea viejo, extenderás los brazos y será otro quien te ceñirá y te conducirá adonde no quieras ir”. La escena es maravillosa, porque el Maestro vuelve a preguntar a Pedro: “Quo vadis” (¿A dónde vas?) y Juan Pablo II no le dice que está huyendo de una persecución o que ha decidido dedicar sus últimos días a cuidar su deteriorada salud para prolongar su vida unos meses más. Le dice: «Voy a Toronto a reunirme con los jóvenes», o «Voy a México a canonizar al indio Juan Diego». «Voy -le dirá a Cristo- a seguir dejando que me crucifiquen por ti». Este es el Papa. Podemos sentirnos orgullosos de él. Y debemos pagarle con nuestro afecto y oración.