Otra lección de humanismo

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Por fortuna o por desgracias me ha tocado asistir a un velorio de una chica. La tristeza que embargaba a los familiares y amigos era muy profunda. Ella estaba casada, pero no llegó a engendrar hijos. Era la más pequeña de una familia numerosa y le tocó cuidar a sus padres hasta muy entrada en años, por esta razón dilató su matrimonio. Abundaban los comentarios sobre las virtudes que adornaron la vida de esta joven que en silencio supo servir y donarse a los demás. Del grupo, se destacaba una amiga que lloraba amargamente. ¡Qué difícil resulta consolar un dolor que desconocemos! Lloraba, me dijo, porque a la pobre le tocó vivir siempre cuesta arriba. Fue una vida sufrida hasta en su matrimonio. Yo lo único que podría hacer era compadecerla, escucharla y tratar de consolarla. Y pensaba que, en efecto, hay vidas que se llevan a cuestas y otras que trascurren con el sol de la fortuna siempre iluminando. ¿Por qué suceden así las cosas? ¿Por qué no tuvo esta pobre muchacha la oportunidad de gozar aunque sólo haya sido en un período de su vida? Eso nadie lo sabe, pero una cosa es cierta, se trataba de un alma hermosa, de un alma santa. ¿Qué tendrá el dolor que aquilata los corazones y enaltece a las almas?