Los chismosos

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Nadie es mejor para espiar las vidas ajenas, que aquél que no tiene nada qué hacer. Existen personas que con tal de entrometerse en los pliegues más íntimos de la vida del vecino gastan más dinero y desperdician más tiempo de lo que costaría realizar diez acciones buenas. Todo esto lo hacen gratuitamente, por el único placer de satisfacer su curiosidad aunque no reciban mayor paga. Preguntan, indagan, cavilan, se inventan una cantidad de cosas que nada tienen que ver con el interesado. ¿Por qué? Por ociosos. ¿Para qué? Para nada. Por la pura comezón de poder murmurar, por el morbo de meterse donde nadie les llama a ver qué encuentran. Harto escuchadas son las frases que comienzan diciendo: ¿ya se enteraron? “No es por criticar, pero...”. “A que no te imaginas lo que me acaban de decir”. “Te voy a contar un secreto, pero por favor, prométeme que no se lo vas a decir a nadie”. Al chismoso se le quema la lengua por contar a los demás lo que a nadie le importa. Por el contrario, qué valioso es el hombre cuyos labios están blindados por la discreción y la reserva. Que no juzga a su prójimo, que no condena, que comprende y disculpa dentro de su corazón porque sabe que el honor de toda persona es sagrado.