Lo último que se pierde

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

En estos días previos a la navidad, salta a la vista una de las realidades más hermosas que el buen Dios nos ha regalado a los hombres: la esperanza. Los villancicos, los arbolitos con luces de colores, los pesebres, la alegría que acompaña los rostros de las personas, nos ayudan a elevar la mente y el corazón de las cosas terrenas para buscar, ¿por qué no? una estrella en el firmamento, aunque no sea la de Belén. Dentro de las virtudes, la esperanza es la salvaguarda de las demás, nunca nos abandona, siempre nos empuja a emprender el camino. Una vez tuve la suerte de salir a recoger café en Concordia, y un campesino me dijo que los reyes de la esperanza eran ellos, porque cada año comienzan a preparar sus tierras con la confianza de que ese año será mejor que los pasados. Y de este modo transcurre su vida. Yo considero que en el fondo del corazón todos albergamos los mismos sentimientos que aquel agricultor, porque siempre se puede ser mejor, siempre esperamos tiempos mejores. Gracias a la esperanza nunca nos quedamos cruzados de brazos, siempre hay una segunda oportunidad, siempre se abren nuevos horizontes allá donde sólo se oteaba oscuridad. No cabe duda que lo último que se pierde, es la esperanza.