La mayor de prerrogativas

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Existió hace tiempo un egregio hombre, tal vez un sabio, que antes de encontrarse con la muerte se interrogó a sí mismo, quién había sido él en realidad. Para algunos fue un santo y para otros un demonio. Fue un estúpido, un arrogante. En momentos un héroe, un cobarde. Fue un fracasado y sin embargo un triunfador. Como aliado tenía la inteligencia, como amigo el arte, por virtud el vicio, como constancia la huida, por aspiración la muerte. ¿Quién es uno en realidad? Yo no sé si exista un hombre capaz de definirse a sí mismo. Más bien pienso que el hombre esconde algo de misterio que lo hace en todo momento nuevo, inaferrable. Salvando la diversidad de razas, de lenguas y culturas, creo que el único gran privilegio que Dios concedió al hombre ha sido el amor. Que amar no es gozar, disfrutar, sentir, sino que es entregarse de sí mismo por el amado; es perder para que otro gane; el morir para que otro viva; es negarse para que el otro crezca; es renunciar para que otro brille; es dolor, es cruz. La mayor prerrogativa del hombre es el amor y el amor es lo único que verdaderamente nos puede definir. Pero por desgracia hay tantos que jamás han amado, que jamás han sido. Hay que trascender el tiempo, para perdurar luego en el tiempo. Esto es amar.