Juventud Misionera

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Esta semana santa estuve recorriendo varias veredas perdidas materialmente en los pliegues de las montañas. La riqueza y la exuberancia de los paisajes naturales reflejaban perfectamente la multiplicidad de experiencias humanas con que uno se encuentra. Estaban las dolorosas, las de aquellas vidas que se consumen en la enfermedad irreversible. Ancianos totalmente ciegos arrumbados en sus catres, hombres con retraso mental y por desgracia no faltaron los niños tullidos, desnutridos o abandonados. A su lado se desarrollan las historias heroicas, es decir, la de aquellos que cuidan y velan por los enfermos con paciencia y amor. Historias conmovedoras como la de Bocho, un muchacho que se gana la vida tocando música para mantener a su hermanito que yace postrado en la cama con una parte del intestino por fuera de su cuerpo. Nadie se quiso hacer cargo de él por el hedor de su cuerpo, excepto el Bocho, que a estas alturas de la vida ya tendrá el cielo ganado. Pero lo más maravilloso de todo esto, es haberlo compartido con cientos de jóvenes y de familias misioneras, que dejando a un lado las vacaciones o la comodidad de la casa, han salido al encuentro de estas personas para llevarles esperanza, alegría y a Dios. ¡Cuánto podemos mejorar nuestro mundo con un poco de amor!