Job tenía razón

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Terrible plan el del santo Job. Pórtate bien, sé honrado, no te aproveches, aguanta... total, para eso: para que luego te salgan todas las cosas mal en esta vida, mientras que a los malos parece que todo les resulta de maravilla. Resígnate a vivir con la esperanza puesta en que al llegar al cielo se va a restituir la justicia, los buenos recibirán premio y los malos, castigo. Pero nos olvidamos que el premio o el castigo comienzan en la misma vida terrena, porque Dios perdona siempre en esta vida mientras el pecador se arrepienta y se convierta de todo corazón; los hombres perdonamos a veces y más bien pocas veces; pero la vida jamás perdona. La vida te las cobra todas. Hay un axioma que no falla: “Del mal no se puede producir un bien”. El que roba, aunque no lo atrapen por el momento los policías, su conciencia lo acecha, le remuerde y pasa las noches temeroso de que lo descubran. Este hombre no puede salir a la calle con la frente en alto y el alma tranquila. Y lo mismo se aplica para que el que miente, el que difaman, el que lastima a su prójimo y vuelve la espalda al necesitado, el que intriga, el que se enreda en el vicio de las drogas, del sexo o del alcohol. Todos ellos acaban mal. Después de todo, Job tenía razón.

El cardenal Testa camina rápido por los pasillos del Vaticano. Saluda a algunos monseñores sin detenerse a charlar con ellos. Quiere visitar a su amigo que está muriendo. Juan XXIII reposa en la cama. El Cardena llega hasta el lecho y pregunta: “¿Cómo se encuentra hoy mi amigo Roncalli? Tu amigo Roncalli –contestó el Papa- francamente mal, pero me consuelo porque he oído hoy en la radio que Juan XXIII ha mejorado”. Un Papa que a quien la gente lo quería como a un padre. Se llevó bien con todo el mundo y su caridad logró cosas impensables, como por ejemplo: siendo Nuncio en Francia, evitó que el gobierno echara a los obispos de su cargo; durante la I guerra mundial se dedicó a llevar consuelo y alivio en trincheras y hospitales. En Turquía, enemigos acérrimos del catolicismo, supo ganar los corazones de los generales. A un líder comunista le decía: “Debemos llevarnos bien porque los dos pertenecemos al mismo partido: el de los gordos”. Como Delegado Apostólico en Grecia logró ganarse al Metropolita de Atenas que conservaba el cisma de occidente como si hubiera sido ayer y logró abrir una catedral católica en Atenas. Realmente, mucho hace quien es bueno.