Fraguando el futuro

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Cuando nació mi hermanita, la última de la familia, recuerdo con cuánta ilusión adornamos la casa para recibirla: globos, serpentinas, letreros de bienvenida, la cuna, ropones y un hermoso ramo de rosas guindas para mi mamá. La llegada de un nuevo miembro me hizo comprender que no se trataba de un juguete un poco más sofisticado del resto de los que tenía yo cuando era niño, ni de alguien a quien papá y mamá tenían que cuidar, sino de una niña que el día de mañana marcaría un estilo propio de ser en su ambiente y en su trabajo, se trataba de un serio compromiso familiar y social.
Un hijo, un hermano es el regalo más grandioso que Dios puede dar a los hombres, pero también la responsabilidad más seria, porque la educación comienza desde el seno materno y cada uno es fiel reflejo de lo que ve hacer o decir a sus padres. Pablo Segneri S.I. decía en uno de sus libros: “A los profesores, sacerdotes, educadores etc., les toca la formación de los niños por oficio, a los padres les toca por naturaleza”. Y esto es todo un reto, porque a la ortodoxia debe acompañar la ortopraxis. A las palabras, debe acompañar el testimonio personal de vida. En cada hijo está el futuro de la sociedad.