Etiquetas

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Cuando uno visita algún almacén público, llama mucho la atención que en todos los artículos se encuentra una etiqueta o una marca que muestra la calidad del producto. Jabones marca colgate, marca Palmolive, en fin, jabones de mil tipos diferentes. Incluso en no pocas ocasiones un mismo artículo varía de precio según la etiqueta que lo respalda. Dos pelotas de tenis de la misma forma, color y tamaño pueden oscilar de precio según la marca que las representa. Todo tiene etiquetas, la ropa, la comida, los artículos de limpieza, nada se escapa. Y tal parece que llevados por este mismo criterio de selección a nosotros también nos gusta poner etiquetas, ya no estampadas sobre papel, tela o plástico, sino sobre la frente de nuestros vecinos. Estampamos etiquetas como: “fea”, “bonita”, “culto”, “pesado”, etc. con el agravante de que estas etiquetas son imborrables y que una persona cuyo valor es inestimable pase a ser tomada como un producto de pésima calidad precisamente por la etiqueta que le hemos colgado. Clasificar a las personas por sus defectos es lo más fácil del mundo, pero equivale a rematar a precio de hojalata lo que en verdad vale oro. ¿Por qué no hacemos el esfuerzo por hablar bien de los demás y no mal vender la fama del prójimo?