Etsiam pecavimus, Dei sumus II

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

De Job a nuestros días se levanta una letanía de infinitos lamentos que elevan al cielo la sorpresa ingrata de los hombres cazados por el dolor. Decíamos que el dolor permanece como un límite para la razón humana, un misterio.
Por eso el dolor es como un reloj. Es algo lleno de ingenio que sirve para partir el tiempo en una enormidad de trozos pequeños. Es algo realmente útil, porque con sus dos agujas divide las horas de alegría y las de abatimiento. El dolor pude ser muy perjudicial, si no se vive bien. El dolor es mágico, porque una hora puede transformarse en sesenta minutos de aflicción o en segundos de dicha. Todos sufrimos y de muy diversas maneras. La enfermedad y las dolencias se compran en cualquier rincón de nuestro mundo. Pero la paz y la vida están seguros. Un Hombre ha roto la piedra del sepulcro y ha dado sentido a la vida. Desde ese momento se han sincronizado todos los “relojes”. Sí, sólo en Dios el dolor cobra sentido, permanece un misterio, pero ya no una insensatez. De este modo comprendo el afán doloroso de san Juan de la Cruz para quien sufrir es amar. Sonará a locura, pero ya no importa entender porque “aunque hayamos pecado, de Dios somos”.