El silencio de Dios

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Hay desgracias naturales como los terremotos, los huracanes, los incendios forestales, las inundaciones o la erupciones volcánicas. Las llamamos desgracias porque dejan a su paso destrucción y ruinas. Pero nada de esto se compara con los destrozos que el hombre es capaz de realizar cuando vende su alma al mal, cuando recurre a la irracionalidad del poder secuestrando, matando, robando, engañando o burlando a su pueblo. Ellos pasan dejando odio, desolación y muerte. Ante la maldad, la oración aparece como único gran recurso de los indefensos y a veces el silencio de Dios puede convertirse en una tentación contra la fe y la esperanza. No obstante, Dios ha puesto un límite al malvado y no abandona jamás a su rebaño. También El sufrió la injusticia y el atropello de la crucifixión. Dios sí escucha el clamor de los inocentes y sufre ante la injusticia y la ignominia. La hora de Dios llegará y el juicio para los malos será implacable. El mal tiene contados sus días porque el amor de Dios es más fuerte. Así pues, durante las horas de lucha resignación, paz, confianza... el aparente silencio de Dios es el margen de tiempo que concede al impío para convertirse.