¿Dónde estoy que no me veo?

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Entre las nuevas adicciones que sufre nuestra sociedad, hay una que está causando estragos en la población. Lo grave es que ni los médicos, ni los científicos la perciben, pero es mortal. Me refiero a la vorágine del estar atareados, del estar supremamente ocupados, tanto que parecen algunos vivir narcotizados por las ocupaciones. Puestos de orden público que deberían estar al servicio de la gente no tienen nunca tiempo de nada. Es triste ver cómo el poder del activismo se extiende por la sociedad y cobra cada vez nuevas víctimas, la mayoría de ellas jóvenes y aún niños, a los cuales se les permite apenas gozar de la quietud. Las mamás inscriben a los hijos en no sé cuantas clases extracurriculares y terminan creando un huracán con patas incapaz de escuchar, seguir una conversación, emitir un juicio sensato, hacer un comentario oportuno u observar cualquier norma básica de educación y cortesía. Por este camino cada víctima termina siendo un desconocido para sí mismo. Les pasa lo que al espejo, que aún poseyendo la cualidad de permitir que un hombre vea reflejada su imagen en él, exige para lograrlo el permanecer quieto. Si corres hacía él a toda prisa no verás nunca tu propia imagen.