Analgésico a la mano

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

El mundo de los hospitales es siempre peculiar. Basta pasearse por los pasillos o detenerse un momento en la sala de urgencias para darnos cuenta de la gran “cantidad” de dolor que hay en el mundo. Con todos los avances de la tecnología y de la ciencia ¿podríamos afirmar que la humanidad está sufriendo cada vez menos? Es cierto que hoy se lucha más y mejor contra el dolor y la enfermedad, basta ver el número de médicos, enfermeras y medicinas que hay en el mercado, pero si bien se ganan muchas batallas, la guerra finalmente la tenemos perdida. Algún día se morirá Fidel. Y ante esta realidad, ante este misterio, ¿qué nos queda? Explicaciones no bastan. Impedirlo no se puede, pero lo que sí se puede es endulzar el sufrimiento dándole al dolor un sentido. Por qué o por quién sufrir. Qué horrible debe ser el dolor del solitario. Endulzarlo con el afecto y el amor de aquellos que te quieren. La soledad es más cruel que la misma enfermedad, la compasión es excelente analgésico. Por eso ¡qué hermosa labor la que realizan los médicos, las enfermeras si antes de aliviar cuerpos, nos alivian el alma con su cariño! La del hijo que visita a su padre postrado, la del nieto que no abandona al abuelo.