Inmortalidad

Autor: Padre Miguel Rivilla San Martín

 

 

El anhelo más profundo que anida en la mente y el corazón de toda persona, sea creyente o no, es el de la supervivencia, tras la muerte. La pulsión más fuerte de todos los seres humanos conscientes, tiende a la inmortalidad, es decir, a perpetuarse en el tiempo y en el espacio. 

Todos queremos vivir para siempre. Este deseo es generalizado, constante y duradero. Desde los adolescentes que graban sus corazones entrelazados en la corteza de los árboles, para perpetuar su amor, hasta los poderosos faraones con la construcción de las pirámides, para dejar constancia de su memoria, toda la vida humana gira sobre el gozne del deseo de inmortalidad.

El paso del hombre por la tierra es efímero y finito. Todo y todos tenemos la fecha de caducidad bien grabada . Nadie puede escapar, absolutamente nadie, al hecho de su finitud y de la muerte. 

Frente a esta realidad del fin de nuestro caminar por la tierra, caben sólo dos posturas. La del increyente, ateo o materialista y la del creyente y cristiano. 

El primero acepta su destino efímero y caduco con resignación. ”Nacemos para morir ” dice la gente. Asegura que nada le diferencia del destino de un animal o de otro ente cualquiera de su entorno. Habrá de cumplir su ciclo biológico y luego desaparecer para siempre del escenario de la vida. Tratará, eso sí, de que su paso, su recuerdo y su obra, permanezcan en el recuerdo y memoria de los que le sigan.

Su nombre perdurará por algún tiempo, en sus hijos, su familia, amistades y ...poco más. Los más destacados y relevantes tendrán quizás un rótulo en una vía pública, un monumento o una empresa que lleve su nombre y a los más ilustres se les recordará en los libros de historia. Eso es todo. 

Frente a esta postura está la de los cristianos. Saben, fiados por la fe, que la muerte no es el final de todo. Proclaman apoyados en la persona, en las palabras y en las promesas de Jesucristo resucitado que “morimos para vivir”.Esta es la nueva noticia por excelencia. La resurrección, la vida eterna, la inmortalidad es la gracia que Cristo muerto y resucitado nos ha lucrado para todos los que en Él creemos.

Con la resurrección de Cristo la muerte ha sido vencida y puesta fuera de combate. Por eso todo cristiano entona gozoso:¡”La muerte¡.¿Dónde está la muerte, dónde está mi muerte ,dónde su victoria?”.

Nada que no sea la vida eterna satisface al creyente. Ni las honras fúnebres, ni las coronas de flores, ni los monumentos suntuosos, ni el recuerdo en la memoria de los demás, en los libros de historia etc. Dios solo Dios, la misma vida de Dios es capaz de dar plenitud y felicidad sin fin al ser humano.

¿Será posible tanta felicidad?.¿No será una ilusión, un sueño, una utopía irrealizable?.¡No¡.Nada de eso¡.La garantía de todo está en la Palabra de Dios..

¡¡Los cielos y la tierra pasarán ,pero mi palabra no pasará¡¡.