Católicos indolentes

Autor: Padre Miguel Rivilla San Martín



Hermosos documentos de la Jerarquía se escriben -(desde el Papa a todos los obispos)- animando a los seglares a que asuman las responsabilidades que les incumben, derivadas de su bautismo. Hasta la saciedad se repite que ellos deben asumir sus propios compromisos dentro y fuera de la iglesia. No sólo están en la Iglesia , sino que son Iglesia. Todo esto está muy bien y es muy bonito, pero tengo la impresión que se queda en TEORÍA y no se lleva a la PRÁCTICA, en la mayoría de nuestros laicos.

No es el caso de ahondar en las razones para justificar el absentismo, la abulia, la despreocupación, la apatía o desinterés de los católicos para no comprometerse. Seguro que hay razones para todos los gustos y quedarse "tranquilos". Algunos -cada vez menos- se contentan con la asistencia a la eucaristía dominical, otros asisten, ocasionalmente, a algunos actos en la Iglesia-sacramentos sociales- y la mayoría en fechas señaladas del Patrón, o fiesta del lugar, a ver las procesiones organizadas. Si además, dan, de vez en cuando, sus perrillas en la colecta y son devotos o hermanos de una cofradía o hermandad, es ya el summum de corresponsabilidad. Ya puede el Papa decir que "salgan a la calle", que "se sientan misioneros en su propio ambiente", "que se formen seriamente para dar razón de su fe en el mundo", "que se necesitan catequistas, apóstoles, testigos etc.".Por un oído entra y por otro sale. El compromiso de dar su tiempo, el darse a los demás de algún modo, de formarse en la propia fe y dar la cara por las convicciones cristianas, parece ser que queda sólo para las personas con vocación para ello: curas, monjas, etc.

Nos guste o no, -con honrosas y destacadas excepciones- este es el panorama de muchísimas parroquias y de millares o tal vez millones de "bautizados" españoles. No viven ni sienten su fe y en poco o nada se distinguen de los demás que no pisan la iglesia o se dicen ateos o agnósticos. Llevan una vida de cumplimientos, de rutinas, de superficialidad, de materialismo y consumismo, o de religión a su medida, que no les deja pensar en otras cosas que no sea el dinero, el consumismo, la satisfacción de sus sentidos y en evadirse, bobamente, con diversiones, televisión, cine, viajes de turismo, etc.

¡Qué lejanas y sin sentido les resultan a muchos "cristianos" las palabras de Jesús en el Evangelio: “Vosotros sois la luz del mundo y la sal de la tierra”; “Sed mis testigos”; “No tengáis miedo, yo he vencido al mundo”. “YO estoy con vosotros hasta el final del mundo”... 

La gran pena es que cuando descubran la llamada apremiante de su vocación cristiana, a muchos se les habrá pasado el tiempo de su vida, y la ocasión de hacer algo por Dios y por su Reino. El bien que no se hizo quedará por siempre sin hacer y todos sin excepción, tendremos que dar estrecha cuenta a Dios de nuestros pecados de omisión.