Santo sacrificio de la Misa

Autor: Padre Miguel Rivilla San Martín  

 

 

Hay una tendencia dentro de la Iglesia católica posconciliar, de acentuar
uno de los dos aspectos integrantes y esenciales de la Eucaristía,(el
sacrificial y el de banquete) que tanto el CVII, como el Catecismo de la
I.C. , han denominado y propuesto con plena autoridad. Hay quienes sólo
resaltan el aspecto de banquete, de fiesta-quizá para atraer a los "hermanos
separados"- y a la vez ignoran, casi por completo, el aspecto tradicional de
sacrificio. También se da el caso contrario, aunque en menor cuantía.

Ninguna de las dos posturas solas y excluyentes de la otra, es correcta y va
contra la enseñanza y praxis de la misma Iglesia, manifestada claramente en
el texto de las Plegarias eucarística aprobadas oficialmente.

El denominar a la eucaristía "Santo sacrificio" ha sido el que ha
prevalecido a través de muchos siglos, por estar en plena consonancia con
las sagradas Escrituras: Cristo ofrece a sus apóstoles un cuerpo que será
entregado (sacrificado).Lc 22,19. "Tomó pan , dio gracias, lo partió y lo
dio diciendo: "Este es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros" y al
ofrecer a los hombres ese cuerpo y su sangre, en su alma se ofrecía a su
Padre, como se ofrecería al día siguiente en el Calvario.

Cristo además ofrece a los hombres una sangre que se derrama. Mt 26,28:
..."porque esta es mi sangre de la nueva alianza, que va a ser derramada por
muchos, para remisión de los pecados". El aspecto de comida, festivo, de
banquete. no solo no se excluye, sino que debe resaltarse por igual.

No debe evaluarse una celebración eucarística por sus aditamentos externos
festivos, alegres, musicales etc, pues toda misa o celebración eucarística
es ante todo la renovación incruenta en el altar, del único sacrificio
cruento de Cristo en la cruz, el primer Viernes Santo. Un cristiano bien
formado, no debe olvidar los 4 fines del sacrificio de la misa o de la
eucaristía, a saber: el latréutico ( adoración) ,el eucarístico (acción de
gracias), el propiciatorio (por los pecados de los oferentes) y el
impetratorio o (pedir nuevas gracias). Nada más grande, para un auténtico
católico que el santo sacrificio de la misa o celebración eucarística que se
ofrece por todos los vivos y por todos los difuntos.